Obtenida la confesión. Se dictaba la sentencia.
Las penas más benignas se limitaba castigos espirituales, vale decir, rezos de rosarios, asistencia a
un determinado número de misas, o castigos de escenarios, como aconteció como
un músico y un pintor parisino que en 1790 fue condenado a salir “de penitente,
con sambenito de media aspa carosa, (adorno hecho con una mazorca de maíz). Soga
al cuello, mordaza y vela verde en las manos”…
castigos más ceberos eran la presión perpetua con el destierro y al pena
máxima, la muerte.
Quienes merecían este último castigo
protagonizaban una impresionante ceremonia. Llamada (auto de fe). El día
señalado se realizaba una solemne procesión
que partía del tribunal y llegaba a la plaza mayor de la llamada ciudad
de los reyes. Los inquisidores abrían el cortejo; luego venían los reos
vestidos con el san venito (túnica blanca con la cruz de san Andrés al pecho);
y, por último, cerrando el desfile, el virrey una vez ubicados todos, en su
lugar, comenzaba una misa con un largo sermón… después, para que se ejecutara,
cada uno de los presos eran entregados por los inquisidores a las autoridades si bien en sus dos y medio siglos de vida el
santos oficio limeño sentenció a mi cuatrocientas setenta y siete personas
por diversos delitos contra la fe y el orden publico fueron miles las denuncias
recibidas y centenares quienes confesaron sus faltas y, en consecuencia,
recibieron clemencia no sin antes haber sido azotados. Del total sentenciados,
1.297 fueron hombres y solo 180 mujeres. 32 fueron condenados a muerte: a unos
se le quemo vivos; los mas murieron en el garrote o fueron abortados con el
tornillete.
SE PERSEGUÍA A QUIENES ACTUABAN SUPUESTAMENTE
CONTRA LA FE Y AL RELIGION CRISTIANAS A QUINES PRACTICABAN LA BRUJERÍA, A
QUIENES ERAN POLIGAMOS…
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