Hay símbolos tan amarrados a sus culturas que parecen eternos. La cabina telefónica británica roja es uno de ellos.
A pesar de no ser un monumento como la Estatua de la Libertad, que inmediatamente nos transporta a Nueva York, o el Big Ben de Londres, es un objeto tan reconocible que es difícil imaginar su desaparición.
Pero así como la llegada de los autos acabaron con las carrozas –aunque la familia real conserva algunas–, el advenimiento de los teléfonos celulares está tornando a estas pequeñas habitaciones de tres paredes y una puerta en muebles urbanos redundantes.
¿Qué será de ellas?
Cuando llegaron
Los primeros kioskos telefónicos llegaron junto con el siglo XX. Usualmente, estaban adentro de las tiendas y hoteles pues la idea era proveer un área tranquila desde la que se podían hacer las llamadas.
No fue sino hasta 1921 que se empezó a usar una versión estandarizada, pero era color crema.
En 1924, la Oficina Postal General (OPG) organizó una competencia para elegir un nuevo diseño para la cabina y el ganador fue Giles Gilbert Scott, con un modelo clásico con un techo abovedado cuyo prototipo aún está a la entrada de la Royal Academy en Londres.
A pesar de que el diseño gustó, en la práctica era considerado caro y pesado, así que Gilbert Scott lo actualizó y el modelo K6, aquel que la mayoría de la gente considera como el tradicional, apareció en las calles en 1935.
De esta versión se hicieron 70.000. Con puertas de madera, una altura de 2,5 metros y de 0,9 metros de ancho, pesan 750 kilos, por lo que se necesita una grúa para moverlas.
“No se las lleva el viento ni se disuelven”, le dice a la BBC Christian Lewis, quien trabaja para Restauraciones Unicornio, una firma que se dedica a restaurar tanto este modelo como los demás.
En 1968, por ejemplo, se produjo el modelo K8, más moderno, con tres vidrios enteros en vez de las pequeñas ventanas cuadriculadas y pintadas de amarillo. El color no gustó así que todo volvió a ser rojo… hasta que llegó la moda de cargar el teléfono en el bolsillo.