Sutiles
tormentos
A
quien intentaba huir se le castigaba en
el “cepo”: reasentado, durante horas, en un banco con las piernas estiradas
hacia delante y los pies dentro de
sendos orificios de un tablero (entre
otros casos, eran las muñecas). Esta posición ocasiona terribles dolores de
espalda y calambres en las piernas.
En
la “garrucha”, las muñecas del detenido eran atadas a su espalda. Luego, este era sujetado a una
cuerda que corría sobre una polea colocada varios metros de altura. A una orden
del inquisidor, dos verdugos tiraban de la cuerda hasta que la victima quedaba
suspendida en el aire. A continuación, aquéllos soltaban la cuerda. Aunque el
detenido no se estrellaba en el suelo el desgarramiento muscular le producía
dolores astrosos. Si aun así se negaba a confesar, el fraile ordenaba que s ele colocara un
sobrepeso de unos 25 kilos en las piernas, para que las lesiones musculares
fueran más dolorosas. Si la victima sobrevivía, por lo general quedaba baldada
de por vida por el dislocamiento o fractura de huesos.
Cuando
se elegía el “potro”. Al preso se le colocaba en una mesa. Sus extremidades
eran atadas con sogas unidas a una rueda; luego, esta era girada poco a poco para
causarles terribles dolores.
En
otro tormento se inmovilizaba al procesado en una mesa de madera; luego se le
abría la boca y se le introducía un
trapo hasta la garganta. Finalmente, el verdugo le vaciaba adentro una jarra de
agua…
Continuara.
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