«En las conversaciones acerca del envejecimiento y la vejez hay demasiadas palabras que empiezan con “d”. Por ejemplo: decadencia, dependencia, dolencia, demencia, discapacidad, e inclusive, desastre. Todas ellas encierran una imagen que aparece en algunos debates contemporáneos, y con frecuencia actúan como “profecías que se autocumplen”, porque las palabras orientan las acciones», afirmaba en un artículo publicado en la Red Latinoamericana de Gerontología la socióloga y experta en el tema GunhildHagestad, y en su sentencia hay más de una idea que invita a la reflexión.
«Convendría que nuestro vocabulario acerca del envejecimiento y de la vejez empezara con otra letra del alfabeto. Hay muchas “buenas” palabras que comienzan con “c” y que son útiles al pensar sobre nuevos significados del vivir-envejecer y de la vejez: cuidado, camino, continuidad de la vida, competencia, capacidad, contribución…», continúa Hagestad.
Justamente, de las actitudes negativas o discriminatorias hacia las personas mayores, un fenómeno bien extendido y no siempre visibilizado, debatíamos en la columna anterior, y señalábamos la urgente necesidad de inculcar a todas las generaciones una nueva manera de entender el envejecimiento, donde es necesario aceptar la amplia diversidad de la experiencia de la edad avanzada, reconocer las inequidades que a menudo subyacen a ella y estar dispuestos a preguntarnos cómo podrían hacerse mejor las cosas.
¿Escapa Cuba al fenómeno del «edadismo» o al «viejismo»? Por supuesto que no, y en un país como el nuestro, con un acelerado envejecimiento de su población este es un tema sobre el cual meditar.
«Los estereotipos generalizados de discriminación de los adultos mayores por su edad como personas que siempre tienen fragilidad, representan una carga y dependen de cuidados, no tienen una base empírica y limitan la capacidad de la sociedad para apreciar y liberar el potencial de los recursos sociales y humanos inherentes a las poblaciones de edad avanzada», sostiene el Informe Mundial sobre el envejecimiento y la salud, del año 2015, publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Estereotipos obsoletos que en el contexto particular cubano también suelen estar presentes y sobre los cuales nos alerta por ejemplo la investigación «Derribar los mitos en la tercera edad. Un reto para la ética médica», de las especialistas de I Grado en Medicina General Integral, y en Gerontología y Geriatría, del Centro de Investigaciones sobre Longevidad, Envejecimiento y Salud (CITED); Alina González Moro yLilliams Rodríguez Rivera.
El texto, publicado en el portal web de la Red cubana de gerontología y geriatría, explica que «grandes mitos y estereotipos circulan alrededor de los y las personas que arriban a los 60 años, aunque cifras internacionales aseguran que más del 90 % de los miembros del grupo etario entre 60 y 75 años no presentan ningún tipo de discapacidad».
«Conocemos la enorme cantidad de mitos que circulan sobre el envejecimiento. Al igual que vinculamos la juventud con la salud, la belleza, la inquietud, las ganas y la fuerza; unimos la vejez a la desidia, la inactividad, la pobreza y la enfermedad. Ha llegado la hora de derribar definitivamente esos mitos», aseguran las autoras.
Por ello, insisten las especialistas en su estudio, uno de los retos a enfrentar, para lograr la equidad y la felicidad de las y los adultas/os mayores es «eliminar los aspectos subjetivos que como parte del imaginario colectivo conforman una gran cantidad de ideas erróneas acerca del envejecer y la vejez, los cuales, como mitos o solo como prejuicios perjudican el buen envejecer y dificultan su inserción adecuada a la sociedad. Dichos prejuicios, sembrados en la mentalidad de la población hacen surgir actitudes negativas ante el proceso de envejecer».
Entre los aspectos que menciona el artículo, se encuentra la jubilación, que «actúa como barrera demarcatoria dejando afuera de este círculo a todos aquellos que cumpliendo 55, 60 o 65 años—según las diversas legislaciones de cada país— engrosan las filas de los llamados “pasivos”, obligándolos a replegarse sobre sí mismos, a un reposo forzoso y así de alguna manera marginados de la sociedad». De ahí nace el mito de lo improductivo, cuando sobran los ejemplos de personas entre 60 y 75 años que todavía están vinculadas laboralmente y aportando mucho, de una forma u otra. No se puede concebir a este grupo etario como carente, porque no lo es; no es solo una población que necesita atención.
Para González Moro y Rodríguez Rivera, «la cultura también logra considerar a los y las adultas mayores como seres asexuados y es un error conceptual muy generalizado que tiene ver con todos los preconceptos existentes en relación con la edad, el envejecimiento, la menopausia femenina y la andropausia masculina. Está muy extendida la idea de que las personas de edad, no tienen vida sexual».
De acuerdo con las expertas, pocas personas se atreven a expresar pensamientos o fantasías en relación con la vida sexual de sus respectivos padres. Un altísimo porcentaje de jóvenes, piensa que si alguna actividad sexual tienen sus padres, —entre los 50 y los 75 años— es de no más de una o dos veces al año.
«Los jóvenes piensan que el hombre o la mujer de edad avanzada, aborrecen el cuerpo envejecido del compañero o compañera y por lo tanto, evitan el contacto físico con el otro. Es más cualquier tipo de actividad simple o compleja de las personas añosas —caricias, besos, abrazos— es observada con desconfianza y calificada con dureza: perversidad, lujuria, desvíos, etc. El pensamiento que predomina, es: los viejos deberían vivir en un “vacío sexual”. “Deben comportarse según la edad que tienen”. “El sexo, es para la juventud”».
Asimismo, plantean que las personas de edad, inclusive, encuentran muchísimas dificultades en consultar a profesionales de las ciencias médicas, porque en general, se carece de formación en áreas de la sexualidad y mucho más, en sexualidad de la gente mayor. «Los profesionales reaccionan con estupor y una dosis nada pequeña de ansiedad, frente a preguntas o consultas referidas a la sexualidad en estas edades», sostienen.
En este sentido, destacan, el papel de los profesionales de la salud en general y de médicos/as de la familia, así como de especialistas enGeriatría, como proveedores fundamentales de salud en esta etapa debe convertirse en esencial. «El personal de salud debe comprender la necesidad de desvestirse de los prejuicios, mitos y falacias, en torno al envejecimiento para la población en general y trasmitirlo a nuestros y nuestras adultas mayores».
Pero no es un tema que atañe solo a estos, sino que involucra a toda la sociedad. Hay que tener en cuenta que cuando hablamos de desarrollo, este debe de estar no solo en función de satisfacer las necesidades de las personas, sino en función de los cambios demográficos, y estos últimos requieren cambios en la comunicación.
Envejecemos y eso es sin duda una buena noticia, pero cómo la contamos es la esencia. Y en la batalla por derribar estereotipos obsoletos sobre la vejez los medios, como formadores de opinión y constructores de sentido, tienen un papel fundamental.
Las personas mayores no son el problema sino parte de la solución, en lugar de como una carga mostrémoslas como un recurso preciado. Hay que partir de reconocer el envejecimientocomo un proceso que abarca la vida entera —desde el nacimiento hasta la muerte—; y la vejezcomo un periodo cada vez más extenso y significativo de la vida.
Del mismo modo no puede obviarse la diversidad de las personas adultas mayores; que integren las dimensiones de género y generaciones; y que reconozcan las dificultades y desigualdades basadas en el género que afectan a la forma en que envejecemos los hombres y las mujeres.
Aún predomina en nuestros medios los aspectos de las pérdidas, las nostalgias, la brecha digital, los aislamientos, las depresiones, las demencias cuando en realidad esta es solo una parte, una expresión del tema de la vejez. Falta ponderar esa otra parte de la vejez, como una etapa del desarrollo, con todo el respeto y la coherencia que conlleva. Y es que más que la vejez por sí misma, son los problemas de la sociedad y los entornos desfavorables los que llevan a que las personas que viven la vejez la vivan en condiciones de malestar, dependencia e insatisfacción.
Porque no se trata solo de pérdidas y riesgos sino de compensaciones y logros. Envejecer no implica por sí mismo dependencia y discapacidad ni necesariamente enfermedad o depresión. Si somos conscientes de la prevención y el cuidado de nuestra salud a lo largo de la vida, podemos garantizar llegar en mejores condiciones a esta etapa. Se trata de vivir más, y vivir mejor.
Pero se trata además de entender que la vejez, no es solo un asunto de los adultos mayores. Es un tema de todos: los adultos mayores, los adultos y los jóvenes, quienes a fin de cuentas seremos los viejos y viejas de mañana.
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