CAUTO CRISTO, Granma.–Al ganadero bueno no hay quien le diga que la hierba es mala planta; menos ahora, en los tiempos de esta sequía tan dura que le pinta los potreros de amarillo.
Sin embargo, tampoco se despacha en improperios guajiros contra el sol: «Es la lluvia, compay, el agua del cielo que nos falta y nos flaquea hasta el río más largo de Cuba.
El sol no. Siempre es el mismo», aclara el primer montuno en el camino.
Y ciertamente al Cauto se le ven las costillas, esas márgenes rayadas que dibujan en la tierra los últimos descensos.
El cauce atraviesa los potreros de la Roberto Estévez Ruz, una empresa agropecuaria que desde Cauto Cristo, al norte de la provincia de Granma, es históricamente destacada en la producción de carne. El río es como su bendición natural, y aunque últimamente han tenido que bajar cuatro metros los sistemas de bombeo, sigue siendo la fuente fundamental, salvadora, que alivia la sed perenne de miles de animales.
Pero la Estévez Ruz tiene también muchos cuartones lejanos de la corriente del Cauto, donde la sequía se padece más severa, y aún así han encontrado los modos de que todo el ganado, sobre todo los 10 000 vacunos que componen su masa mayor, beban el agua requerida para su crecimiento.
«Al menos en esta zona la seca no es de un año. Es la misma que empezó en el 2014», resalta Armando Santiesteban, su director, como quien habla de una enfermedad crónica.
«Lo que no podía pasar es dar un paso atrás en el crecimiento que hemos tenido desde el 2008, cuando tocamos fondo, al quedarnos con solo 5 050 cabezas. Hoy ya tenemos el doble».
La afirmación es el pie para una lista de alternativas emergentes que la empresa ejecuta con éxito, a fin de que no falte el agua imprescindible en los canales, las lagunas, los bebederos de los establos.
«Porque la comida ya no es el problema más grave. La falta de pasto verde la hemos amortiguado con más bagacillo, que traemos nosotros mismos del central holguinero Cristino Naranjo, con mieles, y hasta la sal mineral conseguida en Camagüey», explica Armando, a la par que supervisa con la vista la descarga de una gran motobomba recuperada, traída desde Moa.
«La pondremos en el Cauto, donde hay una de 200 litros por segundo. Esta saca 1 000, cinco veces más agua para los canales».
Repasa también lo que ayudan los 85 molinos de viento emplazados por la empresa.
«No siempre es bueno el viento, ni lo que halan es suficiente para toda la masa; pero es agua sacada sin gastos adicionales y de un modo tan limpio, que da gusto aprovecharla al máximo».
Piensa en grande, pero no pierde la pista de los detalles, de esos pequeños espejos de agua que con ingenio les han resuelto mucho.
«Esto es un chupacharcos, hecho por nosotros mismos», nos detiene ante una pipa tirada por tractor, que a la vera del camino extrae agua de un hilillo de arroyo transparente, auxiliado por una motobomba Lombardini adaptada en sus propios talleres.
«Es una fosforera. Apenas gasta petróleo, saca agua en cualquier charco y en varios viajes resuelve a unas cuantas unidades», y luego presenta a Omer Hernández Fajardo, uno de sus jóvenes mecánicos exaltado a soldador titular, responsable de una buena parte de las adaptaciones de los motores a las pipas, sean rastras, camiones o tractores.
«Me siento muy útil. Primero porque este trabajo ha sido solución fundamental para paliar la sequía, y segundo, porque al hacerlo aquí mismo ahorramos mucho en contratarlo a empresas especializadas. Los dividendos quedan en el colectivo nuestro. Yo mismo estoy entre 1 500 y 2 000 pesos de salario».
EL SOL CONTRA LA SEQUÍA
Pero la novia de los paliativos contra la sequía intensa en la Estévez Ruz, sugiere una feliz contradicción. Ya dijo un primer vaquero que el sol no es el problema, sino la falta de lluvia, y en apego a su aparente obviedad, en su empresa han tomado al astro rey como un aliado.
De las 97 electrobombas solares con paneles fotovoltaicos instaladas en varias empresas ganaderas de la provincia, las 12 colocadas hasta ahora en la entidad de Cauto Cristo generan el entusiasmo de un juguete nuevo en manos de niño.
Por eso Alexis Ramírez, montuno avezado y jefe de un establo bufalino, arranca la que tiene en su unidad como quien hace una presentación ferial. Sonríe mientras revisa el voltaje, prepara el arranque y conecta el chucho que manda un chorro fuerte y constante al tanque principal de 80 000 litros.
«Hacía mucho que no podíamos mantener el tanque lleno. El molino de viento no alcanzaba y la alta salinidad desbarata en poco tiempo todas sus tuberías. Ahora no falta el agua en las canoas de los búfalos. Abres la llave y ya está, por gravedad», detalla Alexis, mientras frota un paño sobre el panel más cercano.
«Además, todo el que duerme trancado tiene agua para la hora en que lo despierte la sed. Antes debían esperar al día», agrega.
Yuniel Machado, jefe de producción de la unidad de base No. 1, a la que pertenece el establo bufalino de Alexis, llama la atención sobre otra bondad: «Ya no tenemos que traer los animales al canal y poner en riesgo su salud. Las canoas, que son plásticas y con fibras de vidrio, se mantienen siempre limpias».
«Es que en el fango del canal hay facciolos que luego aparecen en la carne y deprecian la calidad para la venta. En las canoas no hay ese riesgo», argumenta Gilberto Rodríguez, veterano ganadero y directivo técnico de la empresa.
«No es poca cosa, son 5 000 litros en una hora tirados por cada bomba, sin gastar un solo kilowatt de la red. Pura energía limpia que debe aprovecharse toda. Por eso los puntos donde están localizadas no solo sirven para los animales de esa vaquería, sino que funcionan como llenaderos para otras», señala Armando, el director.
«Incluso en La Bayamesa, una comunidad donde todos los pozos se secaron, los vecinos instalaron desde la bomba sus propias redes hacia las casas y tienen una especie de miniacueducto, sin gastar un kilo en corriente», ejemplifica.
Lo cierto es que a pesar del azote de una sequía intensísima y larga, «todos los bichos beben el agua que necesitan, y en ese logro tienen un peso importante las bombas solares. ¡Ojalá tuviéramos muchas más para instalar!», exclama Armando.
«Si lo que sobra es sol y hay forma de aprovecharlo, pues bienvenida la inversión, que aquí nos encargamos de convertirla en carne. Tronco e’ negocio», concluye en una broma el joven director, ganadero nativo de estas mismas tierras ribereñas.
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