A las afueras de la ciudad francesa de Aix en Provenza, la p A las afueras de la ciudad francesa de Aix en Provenza, la pequeña montaña de Sainte-Victoire se eleva a más de 1.000 metros de altura sobre una vastísima llanura de viñedos, aldeas con azulejos rojos, arroyos sinuosos y manto de pinos.
Durante el tiempo que estuve deambulando por Aix y sus alrededores, nunca me cansé de mirar al pico dentado de su montaña. Sentía su presencia constantemente: mientras bebía espressos en los cafés de la aldea o cuando caminaba por sus senderos perfumados con hierbas.
Era maravilloso ver como iba cambiando la paleta de colores de la montañadesde los distintos miradores del monte.
Durante mi visita a esta localidad típica de la Provenza francesa, hubo una vez en la que incluso llegué a ver la montaña brillar, desde la ventana de mi cuarto, en una antigua casa de campo del siglo XVIII llamada Le Pigonnet.
Montaña victoriosa
Algunos deben pensar que la importancia de la cima tiene más que ver con una batalla que se libró al pie de la montaña.
Efectivamente, los romanos derrotaron en este mismo punto a los bárbaros cimbros y teutónicos en el año 102 antes de Cristo. Fue un importante triunfo para su imperio.
La leyenda dice que el nombre de Monte de Sainte-Victorie (Monte de la Santa Victoria, traducido al español) inmortalizó esa victoria desde entonces (claro que lo de Santo se lo agregaron los cristianos en la Edad Media).
Sin embargo, este pico rocoso de piedra caliza ha contribuido mucho más al planeta. Y el culpable no es otro que el gran genio Paul Cézanne, natural de Aix, que revolución el arte de su época.
Pasión por la montaña
Paul Cézanne, nacido en 1839, siempre amó la montaña.
"De niño, él y sus amigos Émile Zola y Jean-Baptistin Baille no le quitaban ojo mientras corrían, se escapaban y cazaban en los campos vírgenes e impecables del monte", dice el bisnieto del artista y experto en arte moderno Philippe Cézanne.
Ya de grande, el pintor se fue a pasar algún tiempo a París, donde salía con otros pintores como Camille Pissarro, Édouard Manet, Claude Monet y Pierre- Auguste Renoir.
Pissarro le insistió en que diese más luz a su brocha y que pintase más con el estilo de los Impresionistas, pero a lo máximo que llegó fue a pintar el cuadro Casa del Ahorcado, Auvers-sur-Oise (1873).
Aún así, en el cuadro, se puede ver también como, de forma muy valiente, ya estaba cambiando los estándares de las reglas artísticas, incluyendo la fusión del primer plano con un espacio más profundo.
También se atrevió con las inexactitudes en la perspectivas, hechas a propósito: un camino que conduce a la izquierda, un banco que se inclina hacia la derecha en un ángulo aparentemente incómodo.
equeña montaña de Sainte-Victoire se eleva a más de 1.000 metros de altura sobre una vastísima llanura de viñedos, aldeas con azulejos rojos, arroyos sinuosos y manto de pinos.
Durante el tiempo que estuve deambulando por Aix y sus alrededores, nunca me cansé de mirar al pico dentado de su montaña. Sentía su presencia constantemente: mientras bebía espressos en los cafés de la aldea o cuando caminaba por sus senderos perfumados con hierbas.
Era maravilloso ver como iba cambiando la paleta de colores de la montañadesde los distintos miradores del monte.
Durante mi visita a esta localidad típica de la Provenza francesa, hubo una vez en la que incluso llegué a ver la montaña brillar, desde la ventana de mi cuarto, en una antigua casa de campo del siglo XVIII llamada Le Pigonnet.
Montaña victoriosa
Algunos deben pensar que la importancia de la cima tiene más que ver con una batalla que se libró al pie de la montaña.
Efectivamente, los romanos derrotaron en este mismo punto a los bárbaros cimbros y teutónicos en el año 102 antes de Cristo. Fue un importante triunfo para su imperio.
La leyenda dice que el nombre de Monte de Sainte-Victorie (Monte de la Santa Victoria, traducido al español) inmortalizó esa victoria desde entonces (claro que lo de Santo se lo agregaron los cristianos en la Edad Media).
Sin embargo, este pico rocoso de piedra caliza ha contribuido mucho más al planeta. Y el culpable no es otro que el gran genio Paul Cézanne, natural de Aix, que revolución el arte de su época.
Pasión por la montaña
Paul Cézanne, nacido en 1839, siempre amó la montaña.
"De niño, él y sus amigos Émile Zola y Jean-Baptistin Baille no le quitaban ojo mientras corrían, se escapaban y cazaban en los campos vírgenes e impecables del monte", dice el bisnieto del artista y experto en arte moderno Philippe Cézanne.
Ya de grande, el pintor se fue a pasar algún tiempo a París, donde salía con otros pintores como Camille Pissarro, Édouard Manet, Claude Monet y Pierre- Auguste Renoir.
Pissarro le insistió en que diese más luz a su brocha y que pintase más con el estilo de los Impresionistas, pero a lo máximo que llegó fue a pintar el cuadro Casa del Ahorcado, Auvers-sur-Oise (1873).
Aún así, en el cuadro, se puede ver también como, de forma muy valiente, ya estaba cambiando los estándares de las reglas artísticas, incluyendo la fusión del primer plano con un espacio más profundo.
También se atrevió con las inexactitudes en la perspectivas, hechas a propósito: un camino que conduce a la izquierda, un banco que se inclina hacia la derecha en un ángulo aparentemente incómodo.
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