Por Carlos Vallejo (el
poeta del sentimiento).
Contraria a la costumbre común
de asociar al dios principal con los varones, la sociedad neolítica de Çatal Hoyó concedía la máxima importancia
a las mujeres. Entre los años 6500 y 5600 antes de Cristo, esta comunidad de
intensa vida religiosa y artística estaba situada a mil metros sobre el nivel
del mar, en el centro de una fértil llanura junto a un río en la región de
Anatolia (Turquía). En esta ciudad sin calles, se circulaba por los tejados en
forma de terraza, unidos por escaleras de madera. Varios edificios servían de
santuarios, con rica decoración interior y gran significado ritual. Como esta
sociedad agrícola dependía de la fecundidad, la mujer gozaba de muchos
privilegios: se encargaba de todas las cosechas, mientras el hombre cazaba. Tan
importante era el papel de la mujer que sus
plataformas para sentarse y dormir eran mayores y más altos que las del
hombre. La principal divinidad era la diosa madre, a quien se le rendía homenaje
mediante la suntuosa ornamentación –relieves en eso pintado –en los santuarios.
Aunque no se usaban ni altares ni sacrificios, abundaban los símbolos de la
fecundidad, como los senos grandes. El toro representaba a las deidades menores
masculinas, mientras el buitre se asociaba con la muerte.
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