Por
Carlos Vallejo (el poeta del senimiento).
Hace dos
mil años, en una querida aldea de Israel, nació un niño que cambió para siempre
la historia de la humanidad. “Y aconteció que estando ellos allí [en Belén], se
cumplieron los días de su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo
acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Había pastores
en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche en su
rebaño. Y he aquí, se les presentó un angel del señor, y la gloria del señor
los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el angel les dijo: no
temais; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el
pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David. Un salvador, que es Cristo
el Señor. Esto os servirá de señal; hallareis al niño envuelto en pañales,
acostado en un pesebre” (San Lucas 2, 6-12).
Por otro
lado, los estudiosos de Jesús y los arqueólogos han buscado durante años las
huellas que dejó sobre la tierra y que atestiguan que realmente existió. Entre estas
figuran, por supuesto, Los libros del Nuevo Testamento. Otras reliquias, como
el Santo Sudario y el Santo Cáliz, han dado origen a diversos mitos,
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