Pero más allá de su pelea con Washington, el siempre polémico líder cubano tuvo otros grandes enemigos.
En BBC Mundo examinamos cuatro de ellos.
Augusto Pinochet
Si hubiese que buscar una figura política para contrastar al máximo con Fidel Castro, el alfa para su omega, muchos pensarían en Augusto Pinochet.
Castro fue la figura emblemática de la revolución izquierdista latinoamericana mientras que Pinochet fue el portaestandarte de la reacción derechista en el continente.
En 1970, Chile se había convertido en un objeto central del interés de Castro una vez fue elegido democráticamente el marxista Salvador Allende, un aliado que aparecía para Cuba en momentos que buena parte de los gobiernos del continente le eran indiferentes o abiertamente hostiles. Allende desarrolló una cercana amistad con Castro.
"Fidel había invertido mucho en Chile, no hay que olvidar que incluso estuvo de visita más de un mes en ese país", señala a BBC Mundo Frank Mora, director del Centro Latinoamericano y del Caribe en la universidad FIU de Miami.
Castro incluso le regaló la ametralladora que el mandatario chileno usó para defenderse durante el golpe de Estado del 11 de Septiembre de 1973 en el que finalmente murió.
"De un día a otro su aliado y su amigo, una persona con la que tenía una gran afinidad, desaparece del gobierno y se implanta una dictadura militar anticomunista que rechaza cualquier relación entre Chile y Cuba", recuerda Mora, quien fue subsecretario de Defensa de Estados Unidos entre 2009 y 2013.
El gobierno de Pinochet, en su sangrienta represión de la izquierda chilena, se convirtió en el modelo de muchos gobiernos de la región que definieron su misión central como oponerse a la influencia del comunismo en sus países.
Desde entonces, muchos castristas de América Latina encontraron en Pinochet la personificación de todos sus odios. Y a su vez, en la derecha, no pocos admiradores del general chileno en el continente justificaron sus acciones con la necesidad de "librar" a sus países de un Fidel Castro.
Es difícil decir con certeza quién fue más influyente en América Latina. Castro, por supuesto, duró mucho más tiempo en el poder que Pinochet, quien salió derrotado en un plebiscito tras el cual entregó el poder en 1990 y murió desacreditado en 2006 cuando estaba cerca de ir a la cárcel.
El líder cubano, en cambio, fue una figura de poder en la isla hasta el fin de sus días.
Sin embargo, no sobra recordar que el modelo de sociedad marxista que Fidel Castro soñó con extender a todo el continente nunca tomó arraigo más allá de las fronteras cubanas, mientras que buena parte de América Latina es fiel a las políticas económicas ortodoxas inspiradas en el experimento pinochetista, que siguen teniendo una influencia determinante en nuestros países.
Rómulo Betancourt y la OEA en los años 60
Uno de los momentos más difíciles en los primeros años del gobierno de Fidel Castro ocurrió el 21 de enero de 1962, cuando la Organización de Estados Americanos, reunida en pleno en Punta del Este, Uruguay, ordenó por 14 votos a uno, la expulsión de Cuba del organismo y de todo el sistema interamericano.
Pocos hechos simbolizaron tan fuertemente el aislamiento diplomático que por largos años sufrió Cuba frente al resto del continente.
Uno de los protagonistas de ese episodio fue el entonces presidente venezolano Rómulo Betancourt, cuyo gobierno promovió la sanción.
Comunista en su juventud, Betancourt llegó al poder por primera vez mediante un golpe militar en 1945 y en 1958 repitió a la presidencia de su país, esta vez elegido por el partido moderado de centro-izquierda Acción Democrática (AD).
Durante ese gobierno, enfrentó la insurgencia de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), y acusó al gobierno de Fidel Castro de armar a los rebeldes.
Frank Mora, de la universidad FIU de Miami, le dice a BBC Mundo que "en los años 60 había una consenso que Cuba por su alianza con la Unión Soviética representaba una amenaza a los intereses de muchos países".
El mandatario venezolano representó, para muchos, la oposición continental a la revolución cubana. Si bien muchos en la izquierda criticaron el aislamiento de Cuba por parte de la OEA, viéndolo como subordinado a los intereses de Estados Unidos, otros lo entendieron como un rechazo a la naturaleza autoritaria del gobierno cubano.
"Rómulo Betancourt era un presidente comprometido con la democracia. Tuvo sus problemas también con la dictadura de Trujillo en República Dominicana (…) Él se sentía comprometido a no distinguir entre una dictadura de izquierda y una de derecha", indica Mora, quien también agrega que otros líderes latinoamericanos del momento, como el costarricense Pepe Figueres, también se destacaron en ese momento por su oposición a Fidel Castro.
La Sudáfrica del apartheid
Fidel Castro asumió la intervención de tropas cubanas en África en la década de 1970 como una cruzada personal, asegurando que su ejército ayudaría a combatir los rezagos del imperialismo europeo y destruir la discriminación racial contra los negros en África.
Para ello, no ahorró esfuerzos, iniciando un despliegue militar que le ganó admiradores entre los nacionalistas africanos pero generó controversia en Cuba, luego que decenas de miles de soldados fuesen enviados a una ardua campaña militar al otro lado del mundo sin que muchos entendieran por qué.
En 1975, la entonces colonia africana de Angola se independizó de Portugal. Varios grupos intentaron ocupar el vacío de poder que dejaba el colonialismo en retirada.
El UNITA y FNLA eran pro-occidentales, el MPLA marxista. El gobierno sudafricano del apartheid apoyó a UNITA.
Fidel Castro ordenó entonces la "Operación Carlota", el envío de cerca de 36.000 mil soldados cubanos a Angola a ponerse del lado de los rebeldes marxistas.
Las tropas cubanas permanecieron cerca de quince años en el continente y en 1987 protagonizaron en la población angoleña de Cuito Carnavale la batalla más grande que había presenciado África desde la Segunda Guerra Mundial.
Para algunos analistas, el accionar de las tropas cubanas evitó la imposición de un gobierno títere de Sudáfrica en Angola y ayudó a debilitar al régimen blanco del apartheid que eventualmente colapsó en Pretoria. Nelson Mandela siempre expresó su gratitud por la intervención de Castro.
"Aquella impresionante derrota del ejército racista le dio a Angola la posibilidad de disfrutar de la paz y consolidar su soberanía… desmoralizó al régimen racista blanco de Pretoria e inspiró la lucha contra el apartheid dentro de Sudáfrica (…) Sin la derrota en Cuito Cuanavale nuestras organizaciones nunca hubieran sido legalizadas", dijo Mandela ante una multitud el 26 de julio de 1991 en Matanzas, Cuba.
Pero la rivalidad de Fidel Castro con el apartheid en Sudáfrica tuvo un costo sustancial en vidas humanas para los cubanos. Las cifras de muertos varían según la fuente y algunos lo estiman en cerca de 2.000.
En 1987, Rafael del Pino Diaz, un exgeneral cubano exiliado en Estados Unidos, estimó en 10.000 los muertos cubanos en Angola.
Los intelectuales latinoamericanos de derecha
En los primeros años de la Revolución Cubana, pocos hicieron más por contribuir a la leyenda de Fidel Castro que los intelectuales latinoamericanos.
El idilio generalizado de escritores y comentaristas de la región con el comandante se extendió por cerca de una década. Pero fue seguido después por un profundo desencanto, en el que antiguos creyentes castristas se convirtieron en opositores acérrimos del gobernante y su régimen. Y jugaron un papel determinante en el derrumbe de su imagen positiva entre muchos latinoamericanos.
La Revolución Cubana atrajo a muchas, por no decir que a casi todas las figuras más destacadas de las letras latinoamericanas.
Poco después de la entrada victoriosa de Fidel Castro a La Habana en 1959, Gabriel García Márquez se fue a trabajar con la agencia periodística oficial Prensa Latina, comenzando una vinculación con el régimen que con los años lo llevaría a convertirse en uno de los amigos más cercanos del comandante.
La Casa de las Américas en La Habana fue en los años 60 en una meca de la intelectualidad latinoamericana. Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Jorge Edwards y muchos otros, las figuras más rutilantes del llamado "boom", coincidían en expresar su simpatía por la revolución castrista.
El punto de quiebre, para muchos, fue el incidente de Heberto Padilla. Este último era un conocido poeta cubano, que a finales de los 60 empezó a criticar al gobierno de Fidel Castro, y en 1971 fue arrestado.
A lo que intelectuales europeos como Jean-Paul Sartre y escritores latinoamericanos como Fuentes y Vargas Llosa, reaccionaron condenando por primera vez al gobierno castrista.
Con la notoria excepción de García Márquez -y Julio Cortázar, quien murió en 1984- la crema y nata de la intelectualidad de la región se apartó de Castro.
Vargas Llosa, en particular, se hizo abanderado de una postura opuesta, de derecha.
Su intento de llega a la presidencia peruana en 1990 fracasó, y no fueron pocos los que acusaron a Vargas Llosa de mostrar el fanatismo de los conversos en sus críticas frente a la Revolución Cubana.
Pero independientemente del poco éxito personal que tuvo como político, Vargas Llosa y sus colegas intelectuales causaron con sus críticas un profundo y negativo impacto a la imagen mundial de Fidel Castro, la misma que ellos habían ayudado a construir años antes.
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