Las controvertidas políticas de mano dura contra la droga, el crimen y el terrorismo han permitido al presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, evitar el desgaste, a pesar de un agitado primer año en el poder.
Desde su investidura el 30 de junio del año pasado, el mandatario de 72 años "se ha mostrado decisivo en todos los frentes, desde la rebelión de Marawi hasta el crimen y la droga, o lidiar con la oposición", resume Ranjit Singh Rye, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Filipinas (UP).
Esto explica que Duterte, tachado de autoritario y acusado de violaciones de derechos humanos por organizaciones locales e internacionales, haya mantenido niveles de aprobación de entre el 75 y el 85 por ciento en su país, según encuestas de SWS y Pulse Asia.
Guerra contra el 'narco'
Más de ocho de cada diez filipinos, según esta última consultora, también apoyan la "guerra contra las drogas" con la que el presidente ha concedido en la práctica impunidad a los asesinatos de toxicómanos y narcotraficantes.
La campaña ha dejado de momento 1,3 millones de infractores entregados voluntariamente a las autoridades, 65.000 detenidos y más de 7.000 muertos, de ellos 3.116 abatidos por la policía tras supuestamente oponer resistencia y el resto en su mayoría a manos de grupos o patrullas vecinales.
En un año en que los homicidios han aumentado un 25 % debido a la guerra antidroga, sin embargo, otros delitos como las violaciones, robos y atracos se han reducido a la mitad, un avance en materia de seguridad ciudadana que ha afianzado entre la población la idea de que el fin justifica los medios.
"Muchos filipinos sienten que ha bajado el crimen, que hay menos drogadictos y traficantes y que las calles antes controladas por las pandillas ahora son seguras. En ese nivel, la gente cree que la campaña ha sido un éxito", explica a Efe el profesor Rye.
Sin embargo, el académico reconoce que "como sucede en este tipo de cruzadas, la cifra de muertos es enorme y parte de la gente siente que el uso de la fuerza no es el único modo de resolver el problema".
De hecho, la "guerra antidroga" ha sido objeto de duros ataques por políticos opositores, asociaciones locales y organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch, que atribuyen a Duterte "crímenes contra la humanidad" y han solicitado llevar el caso a la Corte Penal Internacional.
Nuevo enclave para el Estado Islámico
Por otra parte, se ha observado en los pasados doce meses un aumento en la actividad de los grupos yihadistas vinculados al EI en la sureña isla de Mindanao, escenario permanente de conflictos con extremistas musulmanes desde hace cuatro décadas.
Una de estas organizaciones, el Grupo Maute, se levantó en armas el 23 de mayo en la ciudad de Marawi, en el noroeste de Mindanao, desatando un conflicto que suma ya 400 muertos y más de 265.000 desplazados.
Duterte declaró la ley marcial en toda Mindanao, una medida apoyada por la mayoría de los 20 millones de habitantes de la isla pero que ha sido criticada por quienes consideran que el mandatario busca ampliar sus poderes tal y como hizo el dictador Ferdinand Marcos en la década de 1970.
Retórica soez
En su primer año en el poder el jefe de Estado ha redoblado las ofensivas militares armadas contra grupos rebeldes, y en el plano político ha propuesto establecer un modelo federal para otorgar aún más autonomía al Mindanao musulmán.
La tendencia de Duterte a tomar medidas tajantes se ha combinado con una retórica directa y en ocasiones soez que le ha generado conflictos diplomáticos -llamó "hijo de puta" al Papa Francisco y luego a Barack Obama- pero que no parece disgustar a la mayoría de los filipinos.
"Lo tomas o lo dejas, le amas o le odias. Le da igual, se expresa como quiere. A muchos filipinos, incluso quienes discrepan con sus ideas, les gusta ese tipo de liderazgo duro y atrevido", asegura el profesor de la UP.
Otros expertos, sin embargo, creen que el capital político acumulado en los primeros doce meses por Duterte podría volatilizarse durante el resto de su mandato no renovable de seis años.
"La alta popularidad del presidente es un período de luna de miel no muy diferente del experimentado por anteriores jefes de Estado filipinos durante la primera fase de su mandato", asegura a Efe, estadísticas en mano, el director del grupo independiente de análisis Social Weather Stations, Mahar Mangahas.
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