No es noticia que la administración de Donald Trump haya cancelado el Acuerdo entre la MLB y la Federación Cubana de Béisbol, alcanzado el pasado 19 de diciembre después de tres años de arduo trabajo entre ambas partes.
Y no lo es porque lo acordado buscaba frenar la flagelación de la condición humana del deportista de la Mayor de las Antillas. En enero de este año, no Cuba, sino la propia MLB envió una carta al Gobierno de Estados Unidos, en el que detallaba sus planes y sus intenciones con este nuevo trato, ya que principalmente se trataba «de evitar el tráfico de personas que usualmente los cubanos sufren al salir de Cuba y las duras condiciones que tienen que pasar para poder contratarse en Grandes Ligas», incluyendo los ejemplos de Yasiel Puig, Yoan Moncada, José Abreu y Yoenis Céspedes, entre otros.
Entiéndase por duras condiciones el altísimo riesgo de perder su vida ante mercaderes del deporte en contubernio con personas inescrupulosas que se dedican al tráfico ilegal de individuos, como le pasó a Puig, quien fue trasladado fuera de Cuba por traficantes vinculados con un cártel mexicano de las drogas, de acuerdo con testimonios expuestos ante una corte.
Esos mismos jugadores, que hoy llenan los estadios de la llamada gran carpa estadounidense por su calidad, nacida y tejida en su país, celebraron el acuerdo, justamente para que sus coterráneos no se sometieran a lo que ellos sufrieron.
Cuando se firmó el Acuerdo, José Dariel Abreu, «Pito», como lo conocemos los amantes de la pelota en Cuba, dijo a ESPN: «Las palabras no pueden expresar plenamente mi sincera alegría y entusiasmo al saber que el comisionado Rob Manfred y Tony Clark han llegado a un acuerdo con la Federación Cubana de Béisbol. Saber que la próxima generación de jugadores de béisbol cubanos no soportará el inimaginable destino de los jugadores cubanos anteriores es la realización de un sueño imposible para todos nosotros. Tratar con la explotación de contrabandistas y agencias sin escrúpulos finalmente
llegará a su fin para el jugador de béisbol cubano. A esta fecha, todavía estoy acosado. La próxima generación de jugadores de béisbol cubanos podrá firmar un contrato de Grandes Ligas, mientras que en Cuba podrán conservar sus ganancias como cualquier otro jugador del mundo, podrán regresar a Cuba, podrán compartir con sus familias, y podrán practicar el deporte que aman contra los mejores jugadores del mundo sin miedo ni temor».
Ante esos sentimientos se opone el asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Bolton, quien momentos antes de que The Washington Post comunicara la decisión del amo imperial, tomada el pasado viernes, había declarado que «si los peloteros cubanos quieren jugar en grandes ligas que se escapen de Cuba».
Él y el senador Marco Rubio, los mismos que han fabricado en los pasillos de la Casa Blanca, bajo el bate enfermizo de Donald Trump, un Juan Guaidó en Venezuela y un viraje de la Revolución Sandinista, afincados en sus monroístas concepciones para América Latina, torpedearon un Acuerdo, celebrado por todos los amantes de este arte que es el béisbol en el mundo.
La decisión de Trump pone a la pelota cubana en la misma situación de febrero de 2015, cuando el Departamento del Tesoro y la MLB emitieron el acta de residencia fuera de Cuba, la cual tenía que suscribir mediante declaración jurada cualquier pelotero cubano para jugar en el béisbol estadounidense, y la que exigía que «los beisbolistas deberán asegurar que no son miembros del Gobierno cubano, ni del Partido Comunista y que no volverán a su país».
El argumento de Trump es que el Acuerdo de diciembre viola las leyes del bloqueo, porque la FCB es una entidad de Gobierno. Miente, como lo ha hecho con su exuberante récord de noticias falsas. La FCB está reconocida como una Federación por todos los organismos deportivos internacionales, no como una representante del Gobierno.
El imperio ataca el deporte porque ataca a la Revolución, porque lo sabe una de sus principales conquistas, y no cesará.
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