Este artista dominicano tubo su momento de gloria con sus canciones por los años 70, aunque mucha gente conoce sus canciones, no conocen las razones que lo impulsaron a quitarse la vida tirándose del puente de la 17.
De aquella ciudad de caña, café y sal, dormida a los pies del mar Caribe, entre tarantines y velloneras tocando rancheras y bachatas surgió, a finales de los años 60, un bohemio que con su guitarra y sueños se convirtió en “El Cantor de Barahona”.
Se llamó Rafael Alcántara Féliz, pero más se le conoció como “Raffo”, quien cuando niño fue limpiabotas y desde adolescente cargó sacos en el muelle y después despulpó el café, majándolo, y así ganarse el sustento para vivir.
Su vida fue siempre tan intensa como agitada. Al igual que su pasión por la música de amargue, amó con delirio las mujeres, de las cuales decía que “eran su mal necesario”.
Las enamoraba deseando ser despechado, porque entendía que con sus angustias y vivencias se identificaba mejor con el público que le seguía.
Las rancheras también lo marcaron como un hombre de desamor. De ellas aprendió a escribir sus propias historias, como hacía el mexicano José Alfredo Jiménez.
Detrás de su primera mujer, la que conoció en un cabaret de su natal Barahona, se mudó a Duvergé y desde allí a Tamayo, convirtiéndose en un agricultor, más por necesidad que por satisfacción. Pero su “mundo” era cantar y componer canciones con su guitarra. De alguna manera alguien descubrió su talento y a principios de 1971 partió “con el alma en una nube” a Santo Domingo a grabar discos de pasta en los estudios de la hoy desaparecida Radio Guarachita.
Pronto “El Soñador”, como bautizó a una de sus primeras composiciones y lo llamó Radhamés Aracena, propietario de la disquera, alzó el vuelo del águila en un público donde sus canciones de amargue calaron hasta llevarlo a la cima de la popularidad.
Raffo, al decir de quienes lo conocieron entre tragos y parrandas, no dejó nunca de ser un “sufrido en el amor”. En ocasiones, incluso, degeneraban en conflictos sus relaciones con las mujeres con las cuales convivía. Era una manera, sostienen amigos, de crear condiciones para inspirarse en sus próximas grabaciones.
Sus éxitos lo llevaron a Puerto Rico y luego a Nueva York, donde procreó su primer hijo. La mujer y el niño murieron en un accidente de tránsito.
Cuando Raffo se enteró de la infausta noticia compuso “Cadena de Tragedias”, una canción desgarradora en la que da rienda suelta a su dolor de padre y marido:“Para mí todo acabó/ sólo penas llevo en el alma”...
Luego el cantante se radicó en México, su gran pasión desde aquellos tiempos cuando escuchaba las rancheras en las velloneras en los bares Amerasia y El Pez Dorado, ubicados en la zona céntrica de su nativa Barahona.
En México se amancebó con Lupita, una mujer con quien tuvo otro hijo y, al sentirse “abandonado y pasando trabajo”, porque allí no pudo vivir de su música, regresó a Santo Domingo para componer estas letras: “Que no me hablen de ella/ Que me dejen en paz/ en paz!”, o “que murmuren/ que hablen/ que digan lo que quieran/ que yo soy un cobarde/ que no tengo valor/ que soy el culpable de mi triste tragedia”.
El destino sería ciertamente cruel con Raffo. Abatido, sumido en el mundo del alcohol y las drogas, enloqueció en Santo Domingo. De alguna manera, sus amigos lograron llevarlo de regreso a su natal Barahona, desde donde fue trasladado al hospital psiquiátrico Padre Billini. De allí escapó y comenzó a deambular como un mendigo por los barrios de la parte alta de la capital.
La tarde del 21 de enero de 1985, cuando la feligresía católica celebraba el Día de Nuestra Señora de la Altagracia, Raffo atravesó el sector de Guachupita y se dirigió al puente Juan Pablo Duarte, desde donde se lanzó al río Ozama. Un suicidio, una vida apagada entre el amor y el desamor, entre alegrías y tristezas, amarguras y sueños. Era el capítulo final de un hombre que se propuso trascender más allá de sus fronteras.
La crónica del día siguiente que apareció en el periódico Listín Diario rezaba: “Un hombre se suicidó ayer tarde lanzándose del puente Duarte. Una brigada del Cuerpo de Bomberos trasladó su cadáver a la morgue del hospital Dr. Darío Contreras. La Policía dijo que la víctima no había sido identificada por carecer de documentación”.
El cadáver sin identificar era el de Raffo…, un cantautor que impuso un estilo e hizo de su canto la mejor manera de compartir sus infortunios con un público que aún lo recuerda con su música y su llanto.
Un ídolo inolvidable
Raffo nació el 24 de octubre de 1944. Apenas tenía 44 años a la hora de su muerte. Su sepelio fue un acontecimiento sin precedentes en Barahona, cuyo pueblo le rindió un impresionante homenaje póstumo.
Se llamó Rafael Alcántara Féliz, pero más se le conoció como “Raffo”, quien cuando niño fue limpiabotas y desde adolescente cargó sacos en el muelle y después despulpó el café, majándolo, y así ganarse el sustento para vivir.
Su vida fue siempre tan intensa como agitada. Al igual que su pasión por la música de amargue, amó con delirio las mujeres, de las cuales decía que “eran su mal necesario”.
Las enamoraba deseando ser despechado, porque entendía que con sus angustias y vivencias se identificaba mejor con el público que le seguía.
Las rancheras también lo marcaron como un hombre de desamor. De ellas aprendió a escribir sus propias historias, como hacía el mexicano José Alfredo Jiménez.
Detrás de su primera mujer, la que conoció en un cabaret de su natal Barahona, se mudó a Duvergé y desde allí a Tamayo, convirtiéndose en un agricultor, más por necesidad que por satisfacción. Pero su “mundo” era cantar y componer canciones con su guitarra. De alguna manera alguien descubrió su talento y a principios de 1971 partió “con el alma en una nube” a Santo Domingo a grabar discos de pasta en los estudios de la hoy desaparecida Radio Guarachita.
Pronto “El Soñador”, como bautizó a una de sus primeras composiciones y lo llamó Radhamés Aracena, propietario de la disquera, alzó el vuelo del águila en un público donde sus canciones de amargue calaron hasta llevarlo a la cima de la popularidad.
Raffo, al decir de quienes lo conocieron entre tragos y parrandas, no dejó nunca de ser un “sufrido en el amor”. En ocasiones, incluso, degeneraban en conflictos sus relaciones con las mujeres con las cuales convivía. Era una manera, sostienen amigos, de crear condiciones para inspirarse en sus próximas grabaciones.
Sus éxitos lo llevaron a Puerto Rico y luego a Nueva York, donde procreó su primer hijo. La mujer y el niño murieron en un accidente de tránsito.
Cuando Raffo se enteró de la infausta noticia compuso “Cadena de Tragedias”, una canción desgarradora en la que da rienda suelta a su dolor de padre y marido:“Para mí todo acabó/ sólo penas llevo en el alma”...
Luego el cantante se radicó en México, su gran pasión desde aquellos tiempos cuando escuchaba las rancheras en las velloneras en los bares Amerasia y El Pez Dorado, ubicados en la zona céntrica de su nativa Barahona.
En México se amancebó con Lupita, una mujer con quien tuvo otro hijo y, al sentirse “abandonado y pasando trabajo”, porque allí no pudo vivir de su música, regresó a Santo Domingo para componer estas letras: “Que no me hablen de ella/ Que me dejen en paz/ en paz!”, o “que murmuren/ que hablen/ que digan lo que quieran/ que yo soy un cobarde/ que no tengo valor/ que soy el culpable de mi triste tragedia”.
El destino sería ciertamente cruel con Raffo. Abatido, sumido en el mundo del alcohol y las drogas, enloqueció en Santo Domingo. De alguna manera, sus amigos lograron llevarlo de regreso a su natal Barahona, desde donde fue trasladado al hospital psiquiátrico Padre Billini. De allí escapó y comenzó a deambular como un mendigo por los barrios de la parte alta de la capital.
La tarde del 21 de enero de 1985, cuando la feligresía católica celebraba el Día de Nuestra Señora de la Altagracia, Raffo atravesó el sector de Guachupita y se dirigió al puente Juan Pablo Duarte, desde donde se lanzó al río Ozama. Un suicidio, una vida apagada entre el amor y el desamor, entre alegrías y tristezas, amarguras y sueños. Era el capítulo final de un hombre que se propuso trascender más allá de sus fronteras.
La crónica del día siguiente que apareció en el periódico Listín Diario rezaba: “Un hombre se suicidó ayer tarde lanzándose del puente Duarte. Una brigada del Cuerpo de Bomberos trasladó su cadáver a la morgue del hospital Dr. Darío Contreras. La Policía dijo que la víctima no había sido identificada por carecer de documentación”.
El cadáver sin identificar era el de Raffo…, un cantautor que impuso un estilo e hizo de su canto la mejor manera de compartir sus infortunios con un público que aún lo recuerda con su música y su llanto.
Un ídolo inolvidable
Raffo nació el 24 de octubre de 1944. Apenas tenía 44 años a la hora de su muerte. Su sepelio fue un acontecimiento sin precedentes en Barahona, cuyo pueblo le rindió un impresionante homenaje póstumo.
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