Llevar al mundo a una guerra generalizada no le conviene a nadie. Realizar acciones de terrorismo de estado es el acto más violatorio de paz que se puede concebir. Ningún poder, por grande que se considere, tiene derecho a «cazar» seres humanos y asesinarlos en plena vía pública, como hizo esta vez Donald Trump para acabar con la vida del general iraní Qasem Soleimani, en el aeropuerto de Bagdad.
La comunidad internacional no puede, de ninguna manera, estar sometida a ese estrés letal que podría llevarla a su propia destrucción. Se hace urgente poner fin a una guerra que ya existe y que lleva a cabo el gobierno estadounidense con total impunidad.
Es una contienda que tiene muchas aristas. Una de ellas, quizá la más importante, fue la ruptura del Acuerdo Nuclear con Irán, catalogado por los organismos internacionales como el más necesario y completo objetivo que se había logrado a favor de la paz y que Trump, una vez en el poder, optó por abandonarlo.
Ese mismo presidente –recuerdo– rompió con otro acuerdo vital para la coexistencia pacífica, el del control de armas nucleares que se había rubricado entre Washington y Moscú en época de la Unión Soviética.
Trump es el exponente máximo de un sistema cuyo desarrollo se sustenta, además de en la explotación de los pobres por parte de los ricos, en el desarrollo armamentístico, como garantía económica y militar.
El Complejo Militar Industrial necesita vender armas y el encargado de hacerlo posible es el gobierno que amenaza, lanza invasiones, bombardea, ocupa territorios y obliga a sus aliados a gastar multimillonarias sumas de dinero para «garantizar su seguridad» y, para ello, ¡qué mejor que los últimos y más sofisticados modelos de equipos bélicos salidos de sus fábricas!
De qué otra forma se podría interpretar la arrogante actitud del presidente Trump que, ante la decisión del Parlamento irakí de que las tropas norteamericanas se retiraran de Irak, expresó: «No nos iremos a menos de que nos retribuyan por ello. Si nos piden que nos vayamos, si no lo hacemos de manera amistosa, les impondremos sanciones como las que no han visto nunca. Las sanciones a Irán parecerán inocuas», publicó el diario The New York Times.
En el propio artículo se lee: «Los
poderes de guerra que el congreso estadounidense le otorgó al presidente en los años posteriores a los ataques del 11 de septiembre, combinados con los
impresionantes avances en la tecnología militar, le han dado al ocupante del Despacho Oval en la Casa Blanca el poder de rastrear y matar a personas en casi cualquier lugar del planeta».
Al respecto, Jack Goldsmit, profesor de derecho de la Universidad de Harvard y exfuncionario del Departamento de Justicia durante el gobierno de George W. Bush, escribió el 3 de enero en Twitter: «Nuestro país, de manera bastante consciente, le ha dado a una persona, el presidente, un enorme ejército en expansión y una enorme discrecionalidad para emplearlo de modo que pueda conducir fácilmente a una guerra masiva. Ese es nuestro sistema: una persona decide».
No hacen falta más argumentos para mostrar cuán peligroso es que un sistema político, económico y militar, esté en manos de un Presidente que es considerado por especialistas de ese país como «demasiado impredecible para enfrentar momentos de crisis».
Esta última acción militar ordenada por Trump contra el general Soleimani puede desencadenar una respuesta iraní que ponga en riesgo la paz mundial.
La alta dirección iraní ha mostrado, desde que esa nación alcanzó su independencia hace 40 años, que las respuestas –cualesquiera que sean– no se dan al enemigo cuando este las espera, sino en el momento en que menos se las imagine. Y ese es un pensamiento estratégico que traspasa el ámbito militar y llega a otros escenarios, donde los arrogantes de la Casa Blanca y el Pentágono tendrían que guardarse sus bravuconerías y bajar la cabeza ante un pueblo y gobierno que saben identificar a sus enemigos –que por demás son los enemigos de toda la humanidad– y llevarlos a «combatir» en el terreno menos esperado.
Trump, por su parte, no debe olvidar que en una confrontación militar como la que está provocando, las bajas pueden ser incalculables, no solo para otros pueblos a los que el imperio ataca, sino también entre sus conciudadanos, sean soldados disfrazados de Rambo, o civiles que nunca han apoyado la guerra.
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