Después de cada evento cataclísmico uno tiende a pensar que el mundo nunca será el mismo. Esta vez es cierto que en algunos aspectos el mundo debe cambiar. La historia global está cargada de tales puntos de inflexión que son casi todos dolorosos. Durante años se nos ha advertido que una pandemia podría ser un cataclismo. La parte de la humanidad que vive en medio de guerras atroces, crisis, fragilidad endémica, colapso de estados y miseria humana podrían pensar que nada no podría ser peor. Aquellos que viven en regiones pacíficas y prósperas podrían pensar que nada pudiera perjudicarles y que estaban destinados a seguir siendo afortunados. Sin embargo, esto es una pandemia; ninguna sociedad, ningún individuo puede esperar quedarse fuera del alcance de un virus mortal. Por lo tanto, nos estaríamos distanciando de los demás, de las bendiciones de las interacciones sociales.
Con la excepción del Antártico, las infecciones han llegado a todos los continentes, las cifras se acercan al millón y está claro que lo superarán; se le ha pedido a más de un tercio de la humanidad de quedarse en casa, y a todas estas vidas que ya hemos perdido en números espantosos se les unirán numerosas otras. El costo económico de esta pandemia también será desalentador y es probable que sea a largo plazo. El impacto en las fragilidades estatales existentes, en la política y en la seguridad, seguramente afectará a los gobiernos a través de todo el mundo. Aún no hemos visto la luz al final de este túnel y no tenemos la opción de esperar hasta verla. Este es un momento de reflexión, pero también de liderazgo y de acción.
El sistema global estaba hecho trizas incluso antes de que la humanidad fuera atacada por el coronavirus. Turquía, por ejemplo, había planteado que necesitábamos reformar el sistema. Habíamos llamado nuestra propuesta “el mundo es más grande que cinco”, refiriéndonos a la composición obsoleta del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero no nos habíamos limitado con esto. Como un país que tenía que afrontar conflictos interminables y la miseria humana en nuestra vecindad y que alberga a la mayor población de migrantes del mundo, sabíamos que el sistema no estaba funcionando. En 2008, cuando el mundo se vio afectado, en aquel momento por una pandemia económica, el G20 fue capaz de aportar un sentido de dirección y, por lo tanto, estabilidad a la vacilante economía mundial. El sistema había funcionado entonces, pero gracias en gran medida a un actor global relativamente nuevo. Debemos prepararnos para un impacto económico masivo similar también esta vez y asegurarnos de que el sistema funcione, incluso mientras hagamos los parches y los reemplazos necesarios.
La principal prioridad es proteger la salud y seguridad de las personas contra el COVID-19. Apoyamos la oportuna declaración del G20 mediante la cual los líderes se comprometieron a actuar de manera solidaria en la lucha contra la pandemia y a salvaguardar la economía mundial y el comercio sin restricciones. La ampliación de los acuerdos SWAP figura entre las medidas significativas acordadas por el G20. Nos complace que nuestra propuesta de formar un Grupo de Coordinación de Altos Funcionarios haya sido aceptada por el G20, ya que necesitamos coordinar estrechamente cuestiones tales como la gestión de las fronteras y la repatriación de los ciudadanos. Agradezco a Canadá que haya presentado sus ideas iniciales sobre las modalidades de este grupo. El G20 está demostrando una vez más que es el buen formato en la gestión de crisis a nivel mundial.
Varios países también están adoptando medidas individuales enérgicas, entre ellos Turquía. Sin embargo, los esfuerzos individuales no son suficientes. Un reto mundial requiere una respuesta mundial, primero en el frente de la salud pública y luego en la economía, y a largo plazo en la reforma de las instituciones internacionales y la forma en que los países las apoyan. Las instituciones internacionales pertinentes deberían asumir un papel eficaz en la asistencia financiera y la ayuda de equipos médicos. La protección de las comunidades frágiles, los migrantes irregulares y los refugiados, y el apoyo a los países de acogida son ahora aún más importantes. Las redes mundiales de suministro y las transferencias de carga deben funcionar sin obstáculos. Las sanciones como instrumento de política contundente deben evaluarse desde el punto de vista humanitario. Muchas sanciones, incluidas aquellas impuestas a Irán, perjudican no únicamente al pueblo iraní, pero también a sus vecinos. En un periodo de pandemia este riesgo es aún mayor. Los países en desarrollo y los países menos adelantados, en particular en África, no deben quedar rezagados.
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