Por Carlos Vallejo (el poeta del sentimiento),
José y maría no sabían que hacer respecto a la forma de rezar
de Jesús. El insistía en dirigirse a su padre celestial como si se dirigiera a
José, su padre terrenal.
Este alejamiento de las más solemnes irreverentes formas de comunicación
por Dios preocupaba a sus padres. Sin embargo, no podían persuadirlo de que
cambiase: recitaba sus oraciones tal como se le había enseñado, después de lo
cual insistía en tener un pequeño dialogo con mi padre en el cielo.
Cuando su madre no necesitaba su ayuda, dedicaba mucho de su
tiempo libre al estudio de las flores y de las plantas durante el día, y de las
estrellas durante la noche, causaba preocupación su costumbre de recostarse de
espaldas mirando con curiosidad los cielos estrellados, mucho después de la
hora en que debía irse a dormir, edad en que los niños judíos comenzaban su educación
formal en las escuelas de las sinagogas.
Durante tres años –hasta los 10 –asistió a la escuela
elemental de la sinagoga de Nazaret. En ese lazo estudio los rudimentos del
libro de la ley, tal como se conoce en hebreo.
Durante los tres años siguientes acudió a la escuela
avanzada y memorizó las enseñanzas más profundas de la ley sagrada, se graduó a los 13 años, y los rabinos
lo entregaron a sus padres como un “hijo de los mandamientos”.
En febrero, Nacor, uno de los maestros de la academia rabino
de Jerusalén, llegó a Nazaret para observar a Jesús. Aunque al principio les candelizo
tanto su franqueza y su manera poco convencional de relacionarse con las cosas
religiosas, atribuyo estas características a la lejanía de galilea de los
centros de las enseñanzas y culturas hebreas, y le aconsejó a José y maría que
le permitieran llevarse a Jesús a Jerusalén. María, casi decidida dar el
permiso, pues estaba convencida de que su hijo llegaría de ser el mesías, el
libertador de los judíos. José dudaba.
Debido a esta diferencia de opiniones de María y José, Nacor
le solicitó permiso para plantearle el asunto directamente a Jesús. El escuchó
con atención, hablo con José, con maría, con un vecino, con Jacobo el albañil,
cuyo hijo era su compañero favorito, y dos días más tarde les dijo que, en
vista de la diferencia de opinión entre sus padres y consejeros, y puesto que
no se sentía competente para su humilde responsabilidad de tal decisión,” había
octodo por hablar con mi padre que está en el cielo” y aunque no estaba
perfectamente seguro de la respuesta, pensaba que sería mejor quedarse en su
casa “con mi padre y mi madre”.
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