Ashleigh Topley estaba embarazada de cuatro meses y medio cuando supo que su bebé no podría sobrevivir fuera del útero.
"En ese momento se me cayó el mundo al suelo", le dijo a la BBC.
En la ecografía, el día de San Valentín de 2013, llamaron a un especialista y le dieron las malas noticias: las extremidades del bebé no estaban creciendo como deberían e iba a morirse.
Pero como Ashley, que entonces tenía 27 años, vive en Irlanda del Norte, no había nada que pudiera hacer.
En el resto de Reino Unido las mujeres cuyos bebés tienen lo que los doctores llaman una "anormalidad fetal fatal" pueden, si lo desean, poner fin a su embarazo.
El gobierno define esa condición como una en la que "se producirá la muerte antes o durante el parto o, si el bebé naciera vivo, no habría tratamiento médico que pudiera alterar la naturaleza fatal de la condición ni mejorar las probabilidades de supervivencia".
Pero en Irlanda del Norte el aborto es ilegal, a no ser que la vida de la madre esté en peligro o que pueda evidenciar un riesgo grave o permanente para su salud mental o física.
Así que en ese país del Reino Unido las mujeres que reciben un diagnóstico de anormalidad fetal fatal deben mantener su embarazo hasta que el bebé muere naturalmente dentro del útero o hasta el parto, en cuyo proceso suelen morir los bebés con esa condición.
Quince semanas de "tortura"
Ashleigh dice que se quedó "totalmente horrorizada" cuando averiguó cuales eran los escenarios en los que se podría encontrar.
"No me podía creer que quisieran hacernos pasar por esa tortura de saber que un bebé, nuestro bebé, no iba a sobrevivir pero aún así yo iba a tener que seguir embarazada durante un período incierto de tiempo", le dijo a la BBC, recordando su experiencia.
"A veces me paro y pienso, cómo diablos soporté eso", dice.
Ese período de tiempo acabó siendo 15 semanas, desde febrero hasta mayo de 2013.
"Parte de mi deseaba su muerte"
Durante esas 15 semanas a Ashleigh con frecuencia le hacían preguntas acerca de su creciente barriga de embarazada.
"La gente suele ser amigable y me preguntaba cosas como, -"Oh, ¿cuándo sales de cuentas? ¿Sabes si es niño o niña? ¿Estás emocionada? ¿Es tu primer bebé?", dice Ashleigh.
"Yo, digamos que no podía hablar de la verdad, y después cuando llegaba a casa lloraba y lloraba porque no me podía creer lo que estaba sucediendo".
Sentir que el bebé tiene hipo suele ser un momento de ilusión para las madres embarazadas, pero no para Ashleigh.
"Justo en ese entonces deseaba que todo se acabara. Y eso fue muy muy duro, porque parte de mi deseaba su muerte porque sabíamos que era inevitable", dice.
Muerte durante el parto
Con el tiempo, a las 35 semanas de embarazo, Ashleigh se puso de parto y el corazón del bebé se paró.
Ese día Ashleigh y su marido tuvieron sentimientos contradictorios.
"Sentí un alivio enorme por llegar al final, después de 15 semanas levantándome cada día pensando si ese sería el último", recuerda.
Le pusieron a la bebé Katy y finalmente sintieron que podían empezar a hacer su luto.
Tres años después...
Ahora, con 30 años, Ashleigh y su marido tienen una hija de un año llamada Robyn.
Su nombre en inglés es el de un ave, el petirrojo, que algunas personas dicen que recuerda a las personas que fallecieron.
Ashleigh dice que la llegada de Robyn ayudó a la familia a recuperarse de lo ocurrido.
Pero no a olvidar. Tres años después, Ashleigh decidió contar su historia y hacer un llamado a los políticos de Irlanda del Norte para que cambien la ley.
Hasta que tuvo que pasar por esa experiencia Ashley nunca se había parado a considerar el peso de la ley del aborto en su país.
Ahora quiere que los políticos piensen en el impacto de esa ley para mujeres como ella.
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