El doctor Rafael Molina Morillo (1930-2017) fue director de cinco influyentes periódicos y revistas del país, presidente de varias instituciones relacionadas con la libertad de expresión –entre ellas la Sociedad Interamericana de Prensa-, autor de cuatro libros, Premio Nacional de Periodismo 2010, Premio Nacional de Historia 2014y representante de la República Dominicana sucesivamente ante las Naciones Unidas, Estados Unidos, Canadá, México y Panamá. Con ese equipaje de logros alcanzados a lo largo de sus 87 años de vida, Rafael Molina Morillo ha inculcado a su familia, como norma de vida, la conocida frase atribuida a San Francisco de Asís que reza: “Necesito pocas cosas, y las cosas que necesito, las necesito poco”.
Desde su nacimiento, el 31 de marzo del 1930, fue un niño tranquilo y sereno. Aprendió a leer atraído por los muñequitos que traían los periódicos y se convirtió en un experto en lo relativo a las aventuras de los personajes de ficción que estaban de moda allá por los comienzos de los años 40. En su pueblo natal, La Vega, se acostumbró a esperar cada día, a la caída de la noche, la llegada del periódico La Opinión, que traía en sus páginas las tiras diarias de Benitín y Eneas, Rip Kirby, Dick Tracy, El Fantasma, Tarzán, Jorge el Piloto, Supermán, El Pato Donald, Pluto, Mickey Mouse… y tantos otros.
A medida que creció, siendo su primera maestra su propia madre, Icelsa Morillo, del personal docente de la escuela pública “Federico García Godoy, se aficionó a la lectura de las revistas extranjeras a las cuales ella estaba suscrita (Para ti, Leoplán, Sucesos). El primer libro de su propiedad fue un ejemplar de Poncho, de la autoría del argentino Alvaro Yunque, que se lo regaló su maestra de cuarto curso la “señorita Lebrón”, como premio por sus buenas conducta y aplicación. De ahí pasó a leer obras de autores de más renombre, como Alejandro Dumas, Arthur Conan Doyle, Julio Verne, así como las novelas policíacas.
La circunstancia de que fue el más pequeño de los cuatro hijos que tuvieron sus padres Domingo Molina (Cholo) e Icelsa, influyó sin duda en que fue el más mimado de la familia y al mismo tiempo talvez el más hogareño. Antonio Manuel (Tom) fue el mayor y se hizo ingeniero civil; Martha Margarita fue la única del género femenino y Lindbergh, también ingeniero civil, integraban la familia cercana. Sus primeros años transcurrieron en un ambiente de mucha precariedad económica, pero Cholo era un luchador a carta cabal que no descansó hasta ver realizada, allá por el año 1937, su aspiración de establecerse en la capital con toda su familia.
La adolescencia del joven Molina transcurrió normalmente como la de cualquier otro muchacho de su edad en sucesivos sectores céntricos de la capital. Poco a poco fue definiendo sus preferencias y, alentado por profesores de la talla de Pedro Mir, Tulio Arvelo, Manolín Troncoso, Rogelio Lamarche Soto, Alicia Ramón y otros de igual calibre, se sintió atraído por los estudios sociales que le abrieron los ojos para poder distinguir entre un pueblo oprimido y otro con libertad. Al arribar al cuarto curso del bachillerato, llegó el momento de decidir cual carrera universitaria se escogería. La elección fue fácil: se inscribió en la rama de Filosofía y Letras, que era la puerta de entrada para los estudios de Derecho en la Universidad de Santo Domingo, teniendo como objetivo final hacerse abogado y satisfacer así su pasión por lo que consideraba que era una profesión hermosa y digna, a pesar de las premoniciones que no pocos le hacían sobre el Derecho “apasionante y hermoso en los libros, pero asqueroso y sucio en la realidad”.
A todo esto, la afición de Molina por los “muñequitos” que publicaban los diarios, por un lado, y sus lecturas de revistas y libros juveniles por el otro, iban dejado huellas en sus preferencias más íntimas. Fue así como, inspirado en una sección de Historia en forma de muñequitos que publicaba la revista argentina Billiken, quiso hacer lo mismo, pero teniendo la Historia dominicana como protagonista. Uno de sus compañeros de aula que dibujaba muy bien (Rafael González Castro, quien después se hizo médico y formó familia en los Estados Unidos) aceptó hacer los dibujos que habrían de ilustrar los textos que Molina escribiría. Compraron un cuaderno (Mascota) y pusieron manos a la obra, sin pretender en absoluto que otras personas se interesaran en lo que hasta entonces no era más que un pasatiempo de muchachos quinceañeros.
Un buen día los dos Rafaeles dejaron inadvertidamente olvidado en un pupitre de la Escuela Normal el cuaderno con los dibujos de González Castro y los textos de Molina Morillo. La conserje recogió el cuaderno y se lo entregó al maestro de turno, que no era otro que el periodista Carlos Curiel, quien a su vez, después de haberlo hojeado, lo devolvió a sus dueños, acompañando su acción de una inesperada noticia: en los días venideros (corría el mes de febrero del 1948) saldría a la luz pública un nuevo periódico y él (Curiel) se ofrecía para mostrar el cuaderno a los que serían sus directores, para interesarlos en la publicación de la Historia Dominicana en forma de muñequitos. Curiel era amigo del periodista Rafael Herrera, quien había sido escogido como jefe de redacción del nuevo periódico y no vaciló en convencer, a su vez, a los directores del futuro periódico, los norteamericanos Stanley Ross y Walter Osborne. Pero Herrera fue más allá: “Me gusta la idea de la tira cómica con la Historia –dijo-, pero también me interesa conocer al joven que escribe los textos, pues presiento y olfateo que en él subyace un auténtico periodista”.
Curiel llevó a Molina ante la presencia de Ross y Herrera, quienes le propusieron sumarse a un grupo de jóvenes que estaban siendo entrenados como reporteros, con criterios modernos que habrían de revolucionar la historia del periodismo dominicano.
El Caribe salió a la luz pública el 14 de abril de 1948. Molina debutó como el más joven de sus periodistas, a cargo de la sección de Artes y Espectáculos, lo que le permitió entrar en contacto con importantes artistas nacionales y extranjeros, como Angel Garasa, Darío Suro, Emilio Aparicio, Monina Solá, Berta Singerman, Libertad Lamarque, Gabriel Del Orbe y otros notables.
En todo momento contó con las sabias orientaciones de Herrera, lo que le ayudó posteriormente a recorrer todas las secciones del diario, teniendo como compañeros de trabajo, entre otros, a Eudoro Sánchez y Sánchez, Pablo Rosa, Leoncio Pieter, Manuel Oscar Aybar Bonetti, Manuel María Pouerie Cordero, Pablo McKinney, María Ugarte, Teófilo Guerrero del Rosario, Ramón Cifré Navarro, Miguel A. Peguero hijo, Pedro L. Vergés Vidal, Rafael Martorrell.
De cada uno de ellos Molina aprendió los secretos de la nueva profesión, trabajando en todas sus secciones, con excepción de las de Sociales y de Deportes. Pero lo más importante para Molina fue que el periódico le aceptó la única condición que puso para aceptar el trabajo: se le permitiría asistir cuantas veces fuera necesario a la Universidad de Santo Domingo para completar la carrera de abogado.
Rafael Herrera fue su primer maestro y protector en materia periodística, mientras que Germán Ornes Coiscou, quien apareció en su vida un poco más tarde como Jefe de Redacción y posteriormente Director de El Caribe, fue quien, al depositar en Molina toda su confianza, le contagió la pasión por la libertad de expresión que posteriormente acompañaría al novel periodista durante toda la vida.
Los cinco años que duró la carrera universitaria transcurrieron con normalidad, con dulces sabores y amargos sinsabores, dependiendo en cada caso de los vaivenes políticos y de las variadas circunstancias de cada momento. Entre sus compañeros de estudio que dejaron huella en sus recuerdos figuran Rafael Acevedo Piantini, José Cordero Michel, Oscar Torres de Soto, Hugo Tolentino Dipp, Ramón Cáceres Troncoso, Johny Pacheco, Salvador Barinas, Mirian Hasbún, Mireya Castillo, Luis Ramón Cordero, Fernando Ariza Mendoza y otros. Del lado de los profesores se recuerda a Rafael Bonelly, Oscar Robles Toledano, Leoncio Ramos, Hipólito Herrera Billini, Froilán Tavares, Andrés Avelino. De ellos bebieron Molina y sus compañeros las primeras ideas políticas aplicadas a la realidad que vivía el país en ese momento de oscuridad social.
Al término de los estudios de Derecho, en vísperas de la fecha de graduación, dos de los compañeros de aula más cercanos (Tolentino y Cáceres) fueron favorecidos con sendas becas otorgadas por la Embajada de España para hacer en Madrid durante un año una especialidad de su elección. Molina no quiso quedarse atrás y se las arregló para que el embajador español, Valdez Larrañaga, obtuviera autorización para otorgar una beca adicional para Molina, quien escogió la Escuela Oficial de Periodismo como su campo de especialización en la capital española. Para ese entonces ya Molina había resuelto el problema existencial de cuál profesión elegir, si Derecho o Periodismo, decidiéndose por el último. Rondaba ya el año 1953.
Madrid fue para Molina no solamente la sede de sus estudios periodísticos, sino también su base de operaciones para empezar a conocer el mundo, participando en un buen número de excursiones realizadas en grupos por las nuevas amistades cultivadas en esta faceta de su vida. Conoció prácticamente toda la península ibérica, así como importantes ciudades de Europa, como Niza, Cannes, París, Milán, Nápoles, Roma, Pompeya, Florencia, Venecia, Atenas, Esmirna, Estambul. También aprovechó su tiempo para editar lo que sería su primer libro, La Prensa y la Ley en Santo Domingo, consistente en la tesis que había presentado para graduarse como abogado en la Universidad dominicana.
Completado el curso de periodismo y preparado ya su equipaje para retornar al país, donde se suponía que El Caribe le tenía guardado su puesto de trabajo, recibió Molina una de las mayores sorpresas de su vida hasta ese momento: a la pensión donde vivía le llegó un telegrama enviado desde Santo Domingo por Ornes con el siguiente texto: “Enterado de que haces planes para retornar al país, te instruyo para que pospongas tu viaje y hagas la cobertura periodística de la visita oficial que hará el Generalísimo Trujillo al Generalísimo Francisco Franco próximamente. Espera instrucciones”.
El telegrama cayó a Molina como la bomba de Hiroshima, no porque permanecer unos días más de lo originalmente planeado fuera perturbador, sino porque la asignación especial no admitía el más mínimo margen de error, ya que se trataba de dos generalísimos que infundían terror a quienes les servían de cerca y cualquier error o capricho mal interpretado podía devenir en grandes desgracias para quien se equivocara. Además, Trujillo viajaría acompañado de su esposa María Martínez, sus hijos Ramfis, Angelita y Radhamés, y un séquito de funcionarios y adulones que representaban, cada uno de ellos, una eventual fuente de problemas y chismes por celos políticos.
Las instrucciones finales de Ornes fueron precisas: Molina debía estar en Vigo cuando arribara el yate en que viajaba la comitiva, y ponerse a la orden de Anselmo Paulino, una especie de ministro universal de Trujillo, señalado por muchos como el hombre de mayor poder político después del “Jefe”, fama ésta que lo colocaba en una peligrosa posición de enfrentamiento con los familiares del déspota.
La visita oficial a España se desarrolló satisfactoriamente, pero faltaba todavía una segunda parte tan importante para Trujillo como la primera: el paso por Roma para la firma con el Papa Pío XII del controversial Concordato entre la República Dominicana y el Vaticano. Antes de despedirse de Madrid, sin embargo, Trujillo y su séquito ofrecieron un almuerzo privado en la sede de la Embajada dominicana. Sin olvidar que su rol en aquella reunión era tan solo el de un mero reportero periodístico, Molina tomaba nota discretamente en un rincón del comedor cuando se percató de que el déspota se acercaba a él con aire inquisitivo. Con voz meliflua pero autoritaria, el Generalísimo le hizo saber que estaba satisfecho con sus crónicas sobre el viaje y que como premio había dispuesto que el embajador Emilio García Godoy le gratificara económicamente. Finalmente le dijo: “Vaya a verme en el Palacio Nacional cuando yo regrese a la Patria”.
Molina, quien volvió al país antes que Trujillo, intentó verle tan pronto éste pisara tierra, pero sus intentos fueron vanos. Se enteró después de que durante el viaje al Vaticano las intrigas palaciegas y familiares contra Paulino habían surtido efecto y “todo lo que oliera a Paulino” había caído en desgracia. La amistad personal que ya existía entre Paulino y Molina era evidente, de modo que también quedó en el vacío la promesa implícita de ´
Trujillo cuando instruyó al joven periodista que fuera a verlo a su regreso al país. Fue nombrado Director de Prensa del Gobierno, pero apenas duró un mes en el cargo. Evidentemente Molina no tuvo éxito esta vez y echó mano a la profesión que años atrás le había inspirado y nunca había ejercido: la abogacía. Alquiló una modesta oficina cerca del parque Colón y atendió uno que otro caso de divorcio, con lo cual obviamente no podría satisfacer sus necesidades más primarias. La apretada situación fue salvada providencialmente cuando el empresario Víctor Méndez Capellán usó sus servicios de Notario Público para legalizar las firmas de sus clientes que viajaban en proporciones extraordinarias a los Estados Unidos.
Un acontecimiento extraordinario e inesperado sacudió entonces a toda la república: Trujillo había sido muerto en un atentado perpetrado por un grupo de valientes. Joaquín Balaguer, en su condición de Vicepresidente de la República, asumió el control de la situación, mientras la llama de la libertad comenzaba a propagarse por todo el territorio nacional. Corría el mes de mayo del 1961.
Molina no ocultó sus simpatías por el movimiento democrático que se produjo al confirmarse la noticia del magnicidio y se sumó al grupo denominado Unión Cívica Nacional (UCN) que se autodenominó “apartidista” y que, entre otras cosas, contempló la necesidad de contar con un órgano de prensa para mantener informada a la población. Así nació el semanario Unión Cívica, cuyos directores titulares fueron Angel Severo Cabral, Rafael Alburquerque Zayas Bazán y Antinoe Fiallo, aunque el trabajo periodístico recayó sobre los hombros de Molina. La dedicación de Molina a la causa le fue reconocida mediante el encargo que se le hizo para viajar a Washington y recabar allí el apoyo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) al movimiento.
Uno de los primeros actos de Balaguer consistió en devolver el periódico El Caribe a Germán Emilio Ornes, quien detentaba su propiedad como resultado de una hábil operación financiera con el Banco de Reservas que Trujilo, en vida, había favorecido.
Molina duró poco al frente del semanario Unión Cívica, pues cuando ésta organización anunció que se convertiría en un partido político, él consideró que se estaba traicionando la promesa de que solamente sería un “movimiento político apartidista”.
Ornes aprovechó la coyuntura y se llevó consigo a Molina como Director Ejecutivo de El Caribe, con lo que éste, por su parte, se convirtió con solo 31 años de edad, en el Director Ejecutivo del diario más importante del país. La relación de Molina –ya casado con su prometida Francia Espaillat- con Ornes tuvo sus altas y bajas, como se verá más adelante, pero terminaron siendo un modelo de camaradería, confianza, cariño y respeto mutuo.
Mientras ejerció las funciones de director ejecutivo de El Caribe, Molina obtuvo de Ornes el permiso para editar una revista de interés general, ya que ese nicho del mercado periodístico estaba vacío. El primer número de¡Ahora! salió a a luz pública el 15 de enero de 1962, y su línea editorial e informativa era de firme apego a los principios de la libertad de expresión y defensa de la constitucionalidad. Sus primeros colaboradores más cercanos fueron el veterano periodista Mario Bobea Billini como subdirector, Max Alvarez, Héctor Western y Carolina Nouel.
A los pocos meses de su fundación ¡Ahora! se había convertido en la principal tribuna política del país en los últimos años. Sus páginas acogieron los artículos de los principales pensadores, entre ellos Juan Bosch, Juan Isidro Jimenes Grullón, Pedro Mir, Eduardo Sánchez Cabral, el propio Rafael Molina Morillo y cuántos tuvieron algo qué decir de autentica importancia cívica.
La esencia de lo que aspiraba la revista ¡Ahora! desde su fundación y que se mantuvo por más de dos décadas de su existencia, se resume en las siguientes palabras, extraídas de la Carta del Director publicada en el primer número, que decía así: “Sólo aspiramos a dar a conocer en las páginas de ¡Ahora! el pensamiento y los perfiles de los hombres honrados. Solo deseamos ansiosamente desenmascarar a los enmascarados, aquellos que son un peligro nacional, aquellos que han venido destruyendo el sentimiento y los derechos humanos de nuestro pueblo, aquellos revestidos de un falso apostolado, aquellos falsos héroes, aquellos militares que deshonran su uniforme, aquellos que anteponen sus propios intereses a los de la Patria”.
No fueron pocas las batallas libradas por la revista en defensa de los derechos humanos, con a misma fuerza y responsabilidad que puso sus páginas al servicio de las más variadas tendencias políticas que se debatían en ese momento en la convulsionada República.
Cuando se produjo el golpe de estado que derrocó al presidente constitucional Juan Bosch, en septiembre de 1963,!Ahora! cerró filas con la legalidad y se puso decididamente del lado de la constitucionalidad y contra el gobierno de facto que sobrevino después. Pero en esa situación, Molina se vio atrapado en un conflicto ético, por su condición de director ejecutivo de El Caribe, al mismo tiempo que director de ¡Ahora! Mientras la revista condenó de inmediato la asonada golpista, el diario de la calle El Conde asumió una política de compás de espera. Molina decidió renunciar a su privilegiada posición en el diario, al elevado precio de disgustar a su amigo Ornes, quien consideró que el joven colega lo estaba prejuzgando con su determinación. Una frialdad como un témpano de hielo se interpuso entre ambos por algún tiempo, pero aún así, Ornes tuvo la nobleza de insertar en la primera página de El Caribe del 1de octubre de 1963 una nota que decía así: “Con la renuncia de Molina Morillo perdemos un ejecutivo probo y eficiente que contribuyó con su energía carácter y capacidad periodística a llevar a El Caribe a la posición que hoy ocupa dentro del periodismo nacional. Su salida deja un profundo vacío en nuestra organización, donde todos e profesamos entrañable afecto”. Finalmente pudo más que cualquier resentimiento, el reconocimiento mutuo y el respeto a las ideas encontradas, así como una leal amistad floreció entre ambos hasta el día de la muerte del veterano Ornes.
El gobierno de facto se vio en serias dificultades al estallar el movimiento bélico conocido como “la Revolución de Abril” con la aspiración de reponer al profesor Bosch como presidente constitucional. ¡Ahora! se sumó abiertamente a los ideales constitucionalistas, al grado de que, en un momento dado, fue la única prensa que no interrumpió su salida por supuestas dificultades técnicas que otros medios alegaron que les habían afectado.
¡Ahora! se constituyó en un verdadero clavo tanto en el zapato de los golpistas criollos como en la bota invasora de los soldados norteamericanos que ocuparon el país por orden del presidente Johnson. Decidieron, pues, silenciarla. Una carga de dinamita hizo volar por los aires, la noche del 5 de octubre de 1965, las instalaciones físicas de la revista, en lo que fue uno de los más espectaculares atentados de la mencionada Revolución de Abril. Pero ¡Ahora!, como el Ave Fénix, revivió pocos meses después, acompañada esta vez por un periódico diario (El Nacional, 1966), que también fundó Molina, con la misma línea editorial de la revista. Esta vez el aguerrido periodista no quiso asumir la dirección de dos medios a la vez, como cuando lo hizo al dirigir El Caribe y ¡Ahora!, de manera que puso a Freddy Gatón Arce al frente del nuevo diario y conservó para sí mismo la dirección de su “niña linda” que era la revista.
Entre los periodistas que formaron el equipo de redacción de El Nacional estaban, además de Gatón, Silvio Herasme Peña, Miguel Angel Prestol, Clara Leyla Alfonso, Brinella Fernández, Rafael Núñez Grassals, Ramón Reyes y Reyes, Francisco Alvarez Castellanos, Juan José Ayuso, Radhamés Gómez Pepín, Miguel Hernández, Huchi Lora, Rafael Reyes Jerez, Víctor Grimaldi, Magda Florencio y una pléyade de jóvenes amantes de la libertad. En lo administrativo la responsabilidad cayó en manos de Luis Ramón Cordero, cuñado de Molina, a quien acompañó de cerca en las buenas y en las malas. Otras piezas clave en la triunfal historia de ¡Ahora! y El Nacional lo fue José Ramón Grau, quien se entregó en cuerpo y alma a la causa asumida por el equipo humano encabezado por Molina, así como Jorge Pérez, María Nin.
Mención especial merecen los lamentables casos de tres compañeros que, en sendas circunstancias diferentes, pagaron con sus vidas su lealtad al trabajo y a sus principios. Diógenes Ortiz y Papito Arias cayeron asesinados por la soldadesca que integró la llamada Operación Limpieza durante la Revolución de Abril del 1965. La tercera víctima de la intolerancia política fue el periodista Orlando Martínez, quien ingresó a ¡Ahora! como Director Ejecutivo y al mismo tiempo publicó en El Nacional su columna diaria “Microscopio”, caracterizada por sus directas críticas al gobierno de Joaquín Balaguer y al estamento militar. Emboscado en la vecindad de la Universidad de Santo Domingo, Orlando falleció el 17 de marzo de 1975cuando recibía atenciones médicas en un hospital del Estado. Los autores del crimen fueron identificados y sentenciados por los tribunales tras un juicio que duró 25 años.
El éxito editorial de El Nacional fue similar al de ¡Ahora!, por su credibilidad y su equilibrio político. No conforme con ello, Molina concibió entonces la creación del Bloque Ahora, una institución comunicacional que llegó a agrupar en su seno las revistas especializadas Mundos Desconocidos, Deportes, La Campiña, Eva, Época, Seis y Siete, y otras de carácter ocasional.
Paradójicamente, ese crecimiento editorial implicaba el éxito editorial que significaba una aceptación cada vez mayor por parte del público, implicaba la necesidad de nuevas y cada vez mayores inversiones, que superaban en mucho a los ingresos que se producían mediante una escasa publicidad, debida en gran parte al temor de los anunciantes que temían ser señalados por el gobierno como “enemigos”.
Muy a su pesar, Molina comenzó a pensar en la venta de sus acciones mayoritarios a algún inversionista dispuesto a meter mucho dinero en la empresa, para salvarla de una quiebra. La decisión final se produjo en el año1979, cuando el empresario José Luis Corripio Estrada (Pepín) adquirió las acciones de Molina mediante una negociación que incluyó todos los activos del Bloque Ahora, incluyendo la Editora Cultural Dominicana. Pepín Corripio salvó así de su desaparición a esos íconos del periodismo nacional que eran ¡Ahora!, El Nacional y los demás medios del grupo.
El vacío que, de un día para otro, debió sentir Molina al hacer entrega de lo que él consideraba su obra más preciada, fue seguramente igual a la angustia existente en aquella aciaga noche del 5 de octubre de 1964, cuando las fuerzas de la intolerancia dinamitaron sus instalaciones. Menos mal que aquella situación fue paliada por la petición de Corripio para que Molina permaneciera durante tres meses de transición al frente de la empresa, lo que se cumplió a cabalidad.
La ociosidad que sobrevino después no era compatible con el carácter de Molina Morillo. Le planteó a su amigo y ex compañero de aulas en la Universidad Emilio Ludovino Fernández, quien a la sazón fungía como Secretario de Relaciones Exteriores, su deseo de ser favorecido con un cargo diplomático, a lo que el funcionario se comprometió a plantearle esa solicitud al Presidente de la República, Antonio Guzmán Fernández.
Efectivamente, a los pocos días fue llamado al Palacio Nacional, donde afablemente barajamos los nombres de varias sedes vacantes hasta decidirnos por la jefatura de la Misión Permanente de la República Dominicana ante las Naciones Unidas, con sede en Nueva York.
El presidente y el Canciller transmitieron a Molina algunas instrucciones precisas sobre temas pendientes en la organización internacional que afectaban al país. De su parte, el flamante embajador le planteó una sola advertencia al presidente: estaría en el cargo solamente hasta el último día que Guzmán estuviera en el suyo. Pocas semanas después el nuevo embajador estaba en camino hacia su sede. No era esta, en realidad, la primera experiencia diplomática de Molina. Antes había sido Secretario de la Embajada en Panamá y Consejero de la Embajada en México.
Dos años más tarde, durante una de las visitas que regularmente hacía Molina al presidente Guzmán cada vez que viajaba a Santo Domingo, el Jefe del Estado le anticipó a Molina que lo trasladaría como embajador ante la Casa Blanca, en Washington, y concurrentemente como embajador en Canadá. Se trataba de la misión diplomática más importante y Molina le dedicó toda su atención y su empeño a las delicadas encomiendas que le correspondieron frente al presidente Ronald Reagan, de los Estados Unidos.
El suicidio del presidente Antonio Guzmán, casi al término de su mandato constitucional, traumatizó al país. Molina le había enviado, algunos días atrás, una carta recordándole su promesa de no dejar transcurrir como embajador ni un día después de la salida de Guzmán del Gobierno.
Al presidente electo, Salvador Jorge Blanco, le dirigió otra carta entregándole la Embajada. A su llegada a Santo Domingo para asistir a los funerales, le expresó su solidaridad al vicepresidente Jacobo Majluta, con quien cultivó una profunda amistad.
La política, sin embargo, no ha sido la verdadera vocación de Molina Morillo. Ese sitial en sus preferencias ha sido ocupado primordialmente por el periodismo. Es así como, después de ensayar algunas actividades privadas a su regreso al término de sus funciones diplomáticas, gestiona y obtiene su ingreso en el Listín Diario, como Editor de Revistas, encargado de crear y organizar un departamento de suplementos que dinamizaron los servicios del periódico. A los pocos meses de la creación del departamento el viejo decano de los periódicos dominicanos contaba ya con las revistas y suplementos Ritmo Social, Oh, El Sur, El Norte, El Este, Arena sol y Agua, y otras.
Molina fue prontamente promovido a la posición de subdirector del diario, y luego a la de director. Correspondió a él, con la asistencia de técnicos españoles contratados al efecto, el rediseño del periódico, en lo que fue una especie de renacimiento del mismo.
Un par de años después, Molina presentó su renuncia del Listín Diario por diferencias de carácter ético y profesional con sus propietarios. Poco después entró en conversaciones con el empresario José Luis Corripio para relanzar la revista ¡Ahora! en un esfuerzo que resultó fallido por razones financieras. Corripio encaminó entonces sus esfuerzos a la creación de un nuevo diario de distribución gratuita que puso bajo la dirección de Molina desde su fundación en marzo del 2002, con el nombre de El Día.
No se puede contar la historia de Rafael Mollina Morillo sin recordar su paso por la Sociedad Interamericana de Prensa, una entidad integrada por más de mil publicaciones del continente cuyo fin primordial es el mantenimiento de la libertad de expresión y la democracia. Introducido al seno de dicha sociedad por Germán Ornes, Molina se ha distinguido como uno de los más activos miembros de la organización, en sus dos etapas: la primera, en los años 70 hasta 1981 en representación de ¡Ahora! y El Nacional, y la segunda a partir de los años 90, que incluye su ascenso a la presidencia de la Sociedad del 2006 al 2007. Ha visitado todos los países americanos en reclamo de que se respete el derecho de informar y ser informado. La Comisión de Libertad de Prensa, de la cual ha sido cinco veces presiente (1999 -2005).Es el buque insignia y caballo de batalla de la SIP. Tiene la misión de realizar visitas in situ para confrontar cara a cara con presidentes, congresistas, altos jefes militares, dirigentes políticos o funcionarios señalados como responsables de atentados contra la libertad de expresión.
Bajo su presidencia en la SIP encabezó en San José de Costa Rica la Conferencia de Valores Periodísticos en el Siglo XXI que dio origen al manifiesto ético denominado “Aspiraciones”, que centra la posición de la SIP sobre ética, el rol de la prensa y la independencia editorial.
Su figura fue central en muchas reuniones internacionales, como en la celebración en Medellín del Día Mundial de Libertad de Prensa y la Conferencia Hemisférica del Poder Judicial. Encabezó una misión de la SIP para enfrentar la crítica situación de Venezuela, donde una nefasta noche de mayo fue testigo del cierre de Radio Caracas Televisión.
Paralelamente con sus afanes en la prensa escrita, Molina incursionó de vez en cuando en los medios electrónicos, con la producción de programas semanales de entrevistas como Hoy Mismo, ¡Ahora! en TV y Rueda de Prensa, en la televisión, pasando por los programas de radio matutinos Radio Mil Informando y Los Buenos Días de Molina Morillo.
El doctor Rafael Molina Morillo, con 87 años de edad, se molestaba cuando alguien le pregunta si no ha pensado en retirarse a descansar. Como lo hacía cuando era un voraz lector de muñequitos en su pueblo natal de La Vega, ni él mismo sabe de dónde saca tiempo para otras actividades como la presidencia del Centro para la Libertad de Expresión en la República Dominicana (CLERD, cofundado por él conjuntamente con el licenciado Alfredo Paredes), o bien para ser un profesor titular en la Escuela de Comunicación de la Universidad Católica de Santo Domingo.
Cualquiera pensaría que no pueden hacer tantas cosas en una sola vida, pero como dijo Galileo: sin embargo, se mueve…
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