Un proverbio bien conocido por todos dice: «Haz lo que yo digo y no lo que yo hago». Parece ser que el Gobierno norteamericano en su política internacional respecto a las relaciones entre Taiwán y China, pone en práctica ese precepto.
Durante más de 60 años, la República Popular China ha sostenido su derecho legítimo del territorio nacional sobre Taiwán, región independiente, pero parte de China, que pudiera y debiera coexistir como ha propuesto Beijing, bajo el concepto de «Un país, dos sistemas». Históricamente, estas divergencias han tenido sustento político y no pocas veces, ingredientes foráneos.
Para explicar esta situación se hace necesario remontarnos a la década de los años 20 y a la contienda bélica con enfrentamientos entre el Partido Nacionalista Chino y el Partido Comunista. Luego de 15 años de la abdicación del último emperador y la invasión japonesa, los líderes comunistas lograron controlar la mayor parte del país, mientras el nacionalista y anticomunista Chiang Kai-shek creó su gobierno en la isla de Taiwán y enfocó sus divergencias contra China.
La comunidad internacional en su gran mayoría no ha reconocido a Taiwán como ente independiente y ha mantenido el apoyo a la posición china. La ONU tampoco ha asumido el reconocimiento, mientras que Estados Unidos no lo reconoce, pero lo apoya con la venta de armas y con su conocida estrategia de doble rasero.
Nada más parecido a una cuña, la política estadounidense para crear la incertidumbre y la desconfianza y tratar con ello de dañar a China. Incluso, el actual mandatario, Donald Trump, con sus frecuentes amenazas, llegó a sugerir romper con la política de una «China unificada» y establecer relaciones formales con Taiwán. Sin embargo, poco tiempo después de las instigaciones, en febrero del 2017, habló por teléfono con el presidente chino Xi Jinping y le aseguró que «honraría la política de una China unificada».
Actualmente, países como El Salvador, Panamá y República Dominicana, regidos por el principio de la unidad y el reconocimiento de una sola China, han roto relaciones con Taiwán, a la vez que las fortalecen con el gigante asiático.
Lo increíble de todo esto nos remite al inicio de este comentario, y a la gran ironía de que los norteamericanos no dejen de lado sus relaciones con China, pero exijan que otros gobiernos renuncien a ella.
Definitivamente, «a la mayor potencia del mundo» no le viene bien una guerra abierta con un país capaz de hacerle frente y superar su desafío económico y comercial.
La hipocresía es, sin duda, otro de los adjetivos con los que se ha hecho famoso en el mundo el gobierno de Trump, que apenas en un año de mandato ha logrado ganar muchos más detractores que adeptos.
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