Estados Unidos no se ha rebelado contra la deriva moral de los últimos cuatro años, la depreciación de su democracia ni la mala educación que ha contaminado la Casa Blanca. El país ha salido de las elecciones más trascendentales de los últimos tiempos tan fracturado en dos mitades como lo estaba antes de los comicios y acechado por la amenaza latente de una larga batalla judicial para certificar a su ganador. El resultado en seis estados sigue en el aire, pero a medida que pasan las horas aumentan las opciones para que el demócrata Joe Biden se convierta en el próximo presidente. Nada hace presagiar que será un camino fácil, después de que Donald Trump se atribuyera la victoria mucho antes de conocerse el resultado, denunciara un fraude fantasma y moviera ficha para impulsar nuevos recuentos en varios estados.
Ese ataque a la
legitimidad de la democracia estadounidense no tiene precedentes, por más que
el republicano lleve meses telegrafiándolo. Pero tampoco debería extrañar
viniendo de un dirigente que ha utilizado el cargo para enriquecerse, que
siente fascinación por los dictadores y desprecia la verdad de forma
sistemática. Más de 22.000 mentiras o afirmaciones falsas desde que comenzó su
presidencia, según el recuento de ‘The Washington Post’. "Esto es un
fraude contra el público estadounidense. Una vergüenza para nuestro país. Nos
estábamos preparando para ganar estas elecciones y, francamente, las hemos
ganado", dijo la madrugada del martes cuando los resultados inicialmente
muy favorables a su candidatura empezaban a enfriarse.
Cambio de color
Eso mismo habían previsto
los observadores: una marea inicial roja que poco a poco se iría cubriendo del
azul demócrata. Esencialmente porque el voto anticipado en varios de los
estados decisivos se ha contado después del emitido durante la jornada
electoral. Y ese voto por correo favorece abrumadoramente a Biden porque sus
seguidores le tienen más respeto a la pandemia, tal y como confirmaron los
sondeos a pie de urna. "No me corresponde a mí ni a Trump declarar al
ganador de estas elecciones", dijo el demócrata la noche del martes en un
breve discurso desde Delaware. "La decisión es del pueblo
estadounidense".
Biden le daba la vuelta a
Arizona por primera vez en tres lustros, se ha impuesto en Wisconsin por menos
del 1% de los votos y Michiga, acaricia
la victoria en Nevada y no descarta dar la sorpresa en Georgia. A medida que
algunos de esos estados cambiaban de color el miércoles, repuntaban las bolsas
de Wall Street, toda una señal de que no se han creído la cantinela del
presidente, que ha vaticinado un descalabro de los mercados si su rival
conquista la Casa Blanca. "Biden va camino de ganar estas
elecciones", dijo el miércoles su jefe de campaña.
En muchos de esos estados
los márgenes son insignificantes, unas decenas de miles de votos, a pesar que
el veterano político del establishment ha obtenido más sufragios que ningún
otro candidato en la historia del país. Más de 70 millones, superando el récord
anterior de Barack Obama en 2008. Pero esa cifra representa solo el 50.2% del
total frente al 48.1% de Trump. Esos números explican por qué no se han
cumplido las mejores expectativas demócratas para arrasar en estos comicios,
aunque esta vez nadie amagó nunca con descorchar el champán antes de
tiempo.
El margen de error
Tampoco los encuestadores
han errado como hace cuatro años porque en, gran medida, sus predicciones, más
favorables a Biden de lo que refleja el resultado final, estaban dentro del
margen de error de los sondeos. El golpe en la mesa de los estadounidenses para
repudiar a Trump no ha sucedido. Y eso que estas elecciones eran más un
plebiscito sobre su figura una apuesta entre dos visiones del mundo. Ni
siquiera en el Congreso parece que las cosas vayan a cambiar demasiado. Los
demócratas no han conseguido aumentar significativamente su dominio de la
Cámara de Representantes, mientras que todo apunta a que los republicanos
salvarán el Senado, lo que garantiza otros cuatro años de bronca y
bloqueo.
Pero antes de llegar allí
habrá que saber quién será el próximo presidente. Trump ya ha pedido un nuevo
recuento en Wisconsin "por irregularidades en varios condados" y su
campaña sopesa hacer lo mismo en Nevada, donde la diferencia con el 86%
escrutado es solo de 8.000 votos. En Michigan ha demandado al estado para que
frene el recuento hasta que se permita "un mayor acceso" a sus
observadores. Y ha pedido al Tribunal Supremo que intervnga en el recuento de
Pensilvania. Y es solo el principio porque antes de la jornada electoral ya
había un sinfín de demandas en los tribunales relacionadas con el voto
anticipado.
Desde su partido se sigue
confiando en la victoria, un escenario todavía probable dados los estrechísimos
márgenes del resultado. Pero pocos le están siguiendo hasta ahora el juego
hiperbólico del fraude por defecto. "Lo que el presidente quiere es asegurarse
de que cada voto legal se cuenta", dijo el líder republicano en la Cámara
Baja, Kevin McCarthy. En realidad, lo que quiere Trump es lo contrario,
invalidar el mayor número de sufragios posibles.
La pandemia, la crisis y
las armas
Es probable que el presidente
opte por calentar las calles mientras se mantiene la incertidumbre judicial.
Los mensajes de su campaña enviados el miércoles a sus votantes así lo
sugieren. "Os necesito. ¡La izquierda va a tratar de robar estas
elecciones! Os pido que os levantéis y contrataquéis".
No son buenas noticias
para un país que se muerde a estas horas las uñas y teme que el bando contrario
le levante lo que considera suyo. Un país acechado por la pandemia, sumido en
la peor crisis económica en casi un siglo y atenazado por las convulsiones
raciales. También armado hasta los dientes y sin apenas confianza en las
instituciones.
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