sábado, 28 de enero de 2017

Las partículas contaminantes pueden reducir la cantidad de lluvia *La Granada*



Por Carlos Vallejo (el poeta del sentimiento).

Basados en datos proporcionados por satélites sobre los efectos de la comunicación de las fabricas de Australia, canada y turquía, investigadores de la universidad hebrea de jerusalem han encontrado indicios de que las plantas generadoras de electricidad y ciertas industrias químicas propisian escazez de lluvia en zonas alejadas de tales instalaciones.

El investigador Daniel rosenfeld explicó que, generalmente, la humedad del aire se condensa en partículas naturales que flotan en la atmosfera.


Sin embargo las partículas contaminantes son mas pequeñas que las naturales,por lo que la humedad no puede formar gotas lo suficientemente grandes para que caigan en forma de lluvia o nieve “los datos de satélite dan indicio que permiten establecer un veiculo entre la contaminación urbana e industrial, y la reducción de las lluvias… este resultado indicarían que la actividad humana podría alterar las nubes y las precipitaciones pluviales a escala global” puntualizó Rosenferd

Aparecio el primer virus informativo del 2000 *La Granada*


Por Carlos Vallejo (el poeta d
el sentimento).

Tan pronto bill gates anunció el nacimiento de Windows 2000 apareció el W2K.infis.4608, considerado el “primer virus del 2000, este virus, que ataca el nuevo sistema operativo de Microsoft, fue calificado por Charles Rennetr –director de investigación de symantec , la empresa fabricante del norton antivirus –de “trabajo bajo riesgo”, puesto que solo puede ser contagiado cuando el usuario esta conectado online (hasta ahora no se tiene noticias de infecciones a gran escala).


Rennetr explicó que el w2k.infis.4608 es una variante de un viejo virus que atacaba a Windows MT y que el daño que causa es insignificante. No obstante, Symantec ya puso  a disposición de los usuarios de Windows 2000 un antídoto “para este virus” en su pagina de internet

Serena Williams derrota a su hermana Venus y logra su 23er Grand Slam *La Granada*

Serena Williams derrota a su hermana Venus y logra su 23er Grand Slam
Melbourne, Australia
Serena Williams consiguió el sábado su récord de 23 títulos individuales del Grand Slam, y su hermana estaba allí mismo para felicitarla con un abrazo.
La final entre hermanas -la primera en el Abierto de Australia desde que Serena ganó el torneo en 2003- fue para la Williams más joven, que se impuso por 6-4 y 6-4.
Con su 7mo título en Melbourne Park -otro récord-, la estadounidense de 35 años adelanta a Steffi Graf para convertirse en la jugadora como más victorias en torneos major del forma actual de abiertos. Margaret Court, que estaba entre el público de la final, ganó 24 majors, pero 13 de ellos anteriores al sistema actual de competición.
Con su victoria en el estadio Rod Laver, Serena Williams también recupera el primer puesto de la clasificación mundial, que había perdido en septiembre tras 186 semanas seguidas cuando Angelique Kerber ganó el Abierto de Estados Unidos.
Fue la séptima victoria de Serena en nueve finales del Gran Slam contra su hermana, y la primera desde Wimbledon en 2009. Venus Williams, en el puesto 13 de la clasificación, volvía a la final de un major por primera vez en siete años y medio.
Al terminar el partido, Serena se quedó un momento sentada en la cancha, antes de que Venus caminara hasta su lado de la pista para abrazarla.
"Esto fue duro, de verdad me gustaría aprovechar este momento para felicitar a Venus", dijo Serena Williams. "Ella es una persona increíble... Es mi inspiración".
"No habría forma de que llevara 23 sin ella", añadió. "Gracias, Venus, por inspirarme para ser la mejor jugadora que puedo ser e inspirarme para trabajar duro".
Williams ha ganado 15 torneos major desde la última vez que perdió ante Venus en una final del Grand Slam, la de Wimbledon en 2008.
Desde que ganó ese último torneo en 2008, Venus Williams pasó varios años sin llegar a la segunda semana de un Grand Slam mientras lidiaba con una enfermedad que la dejaba sin energía. En 2011 se le diagnosticó síndrome de Sjogren y el año pasado regresó a semifinales en Wimbledon.
"Ha hecho un regreso increíble... No me gusta la palabra regreso", dijo la ganadora. "Nunca se fue. Ha sido una gran campeona".
El partido no estuvo a la altura de las expectativas, ya que los nervios y la tensión provocaron fallos poco habituales y errores no forzados. Hubo cuatro breaks de servicio hasta que Venus logró mantener una ventaja de 3-2. Eso incluyó un juego en el que Serena tuvo un game point pero sacó dos doble-fault consecutivos y tres en total para perder la oportunidad.
En total hubo seis breaks de servicio. Las dos se mostraron relativamente discretas, salvo por un raquetazo de Serena en el tercer juego que le supuso un apercibimiento.
Tras cometer tres double-faults en el cuarto juego, sin embargo, la menor de las hermanas no volvió a sufrir otro break point en el partido, que duró una hora y 22 minutos.
"Serena Williams, esa es mi hermana pequeña, muchachos. Felicidades a Serena por su número 23", dijo Venus. "He estado aquí contigo. Algunos los he perdido aquí contigo. Ha sido algo alucinante, tu victoria siempre ha sido mi victoria, lo sabes. Todas las veces que yo no pude estar aquí, que no estaba, tú estabas".
El encuentro entre Venus, de 36 años, y Serena, de 35, fue el de mayor edad combinada en las finales femeninas de un major en el formato actual, con un total de 71 años y 11 meses. Roger Federer intentará batir el domingo el récord masculino con 18 títulos cuando se enfrente al español Rafael Nadal, ganador de 14 torneos major, completando unas finales individuales del torneo dominadas por treintañeros.
Serena se puso algo supersticiosa en Australia, y desde que llegó no había querido hablar sobre la marca de 23 títulos. "Ahora podemos hablar de ello", dijo tras su victoria.
La ganadora también tenía unas zapatillas nuevas hechas a medida, enviadas por la superestrella de la NBA Michael Jordan. Las zapatillas mostraban el número 23, el que solía utilizar Jordan en su camiseta, grabado en el talón.

Por qué no funcionaron otros intentos de Estados Unidos por proteger su industria de la competencia extranjera *La Granada*

El jueves, su gobierno dio indicaciones de respaldar una propuesta que impondría un arancel del 20% a las importaciones a Estados Unidos. Además de proteger a la industria local, la medida financiaría la construcción del muro fronterizo con México, sostienen sus defensores.
Trump también ha dicho que quiere renegociar los tratados comerciales para proteger la industria de su país, cuya capacidad de generación de empleo ha sido diezmada por la robotización de las fábricas y la competencia extranjera.
Pero en la década de 1980, Ronald Reagan intentó algo parecido cuando una primera oleada de importaciones japonesas sacudió los cimientos de la hasta ese momento invencible industria automotriz de Estados Unidos.
Los resultados no fueron los esperados.
Incluso muchas de las empresas japonesas terminaron de alguna manera agradeciendo las medidas que en principio iban dirigidas en contra de ellos.
Pues esas decisiones les permitieron afinar su estrategia comercial en Estados Unidos de una manera que les permitió maximizar sus ganancias.
Y eventualmente las restricciones comerciales hicieron poco por evitar que la industria automovilística estadounidense con sede en Detroit siguiera perdiendo terreno contra la competencia extranjera.

El peligro japonés

Hoy la retórica de Trump se concentra en satanizar las importaciones de autos provenientes de México diciendo que son una amenaza al empleo estadounidense.
Pero en 1980 el "enemigo" económico extranjero que los políticos estadounidenses presentaban era otro: la floreciente industria automotriz japonesa.
Autos japonesesDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionEn la década de 1970 y 1980 las importaciones japonesas empezaron a hacer estragos en Detroit.
Los clientes estadounidenses estaban abandonando por millones a las firmas tradicionales de Detroit para comprar su primer auto Toyota u Honda.
En ese momento, las firmas japonesas se especializaban en producir autos simples, pequeños y económicos, tan distintos a los enormes modelos devoradores de combustible que EE.UU. vendía al mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Los precios mundiales de los combustibles se habían disparado después de la crisis árabe-israelí de 1973. Lo que había otorgado un atractivo especial a los económicos autos japoneses, hasta entonces vistos como meras curiosidades.
En 1980, al llegar Ronald Reagan al poder también con un discurso nacionalista, los obreros industriales estadounidenses estaban sufriendo la primera de muchas oleadas de despidos.
Al caer sus ventas, las firmas como General Motors y Ford habían empezado a salir de miles de trabajadores.
En 1979, Chrysler, la tercera firma más grande del país, se declaró a las puertas de la quiebra. Detroit tambaleaba y el nuevo gobierno de Ronald Reagan respondió con un arma proteccionista.

El negociador

En su campaña presidencial, el líder conservador había empleado un lenguaje contra las automotrices japonesas que no dista tanto del que Trump usa hoy para los autos "made in Mexico".
Ronald ReaganDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionReagan se presentó como un defensor del obrero estadounidense.
"Japón es parte del problema. Aquí es donde puede haber una intervención legitima del gobierno. Para convencer a los japoneses, de un modo u otro, que a ellos mismos les conviene que se aminore este diluvio de autos (importados a Estados Unidos) mientras nuestra industria se recupera", decía Ronald Reagan.
En 1981, a los pocos meses de haberse posesionado Reagan en el cargo, y ante la amenaza de una guerra comercial, Japón llegó a un acuerdo con el gobierno estadounidense.
Se anunció un "acuerdo voluntario de restricción de exportaciones". Aunque muchos dudaban qué tan voluntario había sido, Japón se comprometió a limitar sus exportaciones a Estados Unidos a 1,68 millones de autos anuales.
Y Reagan se alzó con la gloria de haber sido el que "había negociado fuerte" contra los japoneses y el que había obtenido esa aparente concesión.

Calidad en vez de precio

La realidad terminó siendo mucho más complicada.
Las restricciones a las importaciones no hicieron mucho por calmar el apetito del público por autos japoneses, que habían desarrollado una reputación de ser más confiables que muchas de sus contrapartes en Detroit.
Entonces, las grandes firmas japonesas idearon estrategias para eludir el impacto de las restricciones.
ChryslerDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionEn la década de 1980 Chrysler estuvo al borde de desaparecer.
Hasta ese entonces se habían especializado en la fabricación de autos de bajo precio.
Pero ante las nuevas restricciones impuestas, las poderosas firmas japonesas como Toyota, Honda y Nissan decidieron entonces enfocarse en otro segmento del mercado, mucho más lucrativo que el de los autos pequeños.
Crearon nuevas marcas exclusivas para sus autos, como Lexus de Toyota, Accura de Honda e Infiniti de Nissan.
Y así, a pesar de vender menos autos para acogerse a las restricciones negociadas con el gobierno, obtenían mayores ganancias en cada uno.
Y finalmente, a los pocos años se habían instalado en la mente de los consumidores estadounidenses como fabricantes de autos de lujo por los que no importaba pagar precios más altos.
Habían logrado el objetivo de pasar a ser más reconocidos por su calidad que por su bajo precio.

Fábricas sin sindicatos

Al mismo tiempo, las firmas automotrices japonesas empezaron a instalar fábricas en territorio estadounidense, generalmente no en Detroit sinoen zonas empobrecidas del sur del país, donde los sindicatos eran débiles o inexistentes.
Y esos autos, producidos en Estados Unidos, ya no eran cobijados por los acuerdos de restricción de importaciones japonesas. Por lo que también ayudaron a conquistar mercados norteamericanos para los fabricantes asiáticos.
Donald TrumpDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionTrump ha dicho que negociará con los empresarios para proteger la industria local.
A lo largo de la década de 1980, las automotrices japonesas no retrocedieron; por el contrario, consolidaron su presencia en el mercado estadounidense.
Las compañías tradicionales de Detroit, entre tanto, continuaron su decadencia. En 1987, American Motors, en ese entonces la cuarta mayor del país, desapareció del mercado.
Al terminar la década, en diciembre de 1989, The New York Times decía:
"Las perspectivas para la industria automotriz estadounidense son más inciertas hoy que en cualquier momento desde comienzos de la década, cuando los productores de Detroit le pidieron a Washington que presionara para obtener cuotas 'voluntarias' a las importaciones japonesas".
Las tres grandes firmas de Detroit, General Motors, Ford y Chrysler, empezaron la década en 1980 con 84% del mercado estadounidense. Al final de la década, pese a las restricciones oficiales a la competencia japonesa, su participación en el mercado había caído al 69%.
Pese al proteccionismo, tampoco pudieron mantener los empleos buenos y estables, los mismos que hoy promete Trump.
Durante la década de 1980, cuando estuvieron vigentes las restricciones comerciales a las importaciones japonesas, el número de trabajadores sindicalizados en Detroit cayó de 1,6 millones a 1 millón de obreros.
Las restricciones comerciales fueron removidas finalmente en 1994, bajo el gobierno del demócrata Bill Clinton.
Y la caída del empleo automotriz ha continuado.
El sindicato UAW, el principal gremio de los trabajadores automovilísticos estadounidenses, tiene en la actualidad alrededor de 400.000 miembros o casi cuatro veces menos que los que tenía en la década de 1970.

Lecciones

Fabrica en DetroitDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLa industria automotriz en Detroit se vio decimada en décadas recientes.
Los problemas que tuvo la intervención de los años 80 para apuntalar a la industria automovilística estadounidense basada en Detroit son presentados frecuentemente como un ejemplo de las limitaciones que enfrenta un gobierno al intentar negar las realidades del mercado.
Esas limitaciones fueron implementadas por Ronald Reagan, un presidente que en general habló a favor de las bondades del libre comercio y que presentó las restricciones a los autos japoneses como un caso excepcional, producto de una emergencia económica particular.
Donald Trump, en cambio, llega al poder con un discurso mucho más amplio de denuncia del libre comercio, sugiriendo que sus intenciones son restringirlo mucho más.
Ya ha empezado a tomar medidas concretas, como retirar a Estados Unidos del proyectado acuerdo comercial internacional transpacífico, el TPP.
Y dice que negociará, personalmente si es el caso, con empresarios de todos los sectores que quieran fabricar en el exterior para vender en Estados Unidos, amenazándolos con nuevos impuestos si siguen adelante con sus planes.
En ese sentido, Trump está intentando un proteccionismo mucho más ambicioso que lo que Ronald Reagan hizo en la década de 1980 con resultados tan poco alentadores.
El nuevo presidente está comprometiendo buena parte de su capital político en la esperanza de que esta vez el proteccionismo sí funcione y así pueda cumplir una de las promesas centrales de su campaña, la de recuperar los empleos industriales para los obreros estadounidenses