En Cuba no hay monumentos en su honor, ni estatuas, ni calles, ni ciudades que lleven el nombre de Fidel Castro.
Tampoco se emitieron nunca sellos de correos ni monedas que plasmaran el rostro del líder de la revolución cubana.
Y ahora, a diferencia de otros líderes comunistas, tampoco habrá un mausoleo con su cuerpo embalsamado donde la gente pueda rendirle tributo.
Cuando su hermano, el presidente cubano Raúl Castro, anunció su muerte el viernes, dijo que "de acuerdo a la voluntad expresa del compañero Fidel", éste sería cremado.
Así ocurrió el sábado. Ahora sus cenizas estarán expuestas durante dos días en la Plaza de la Revolución, en La Habana.
Desde allí partirán en un cortejo que recorrerá unos 1.200 kilómetros de la isla hacia su última morada en el Cementerio de Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba.
Contra "la idolatría"
Castro rehuía de los monumentos y estatuas en su honor.
Y quizás su deseo de ser cremado estuvo vinculado a este rechazo.
Cuentan que en 1959 el escultor italiano Enzo Gallo Chiapardi erigió una escultura de Fidel poco después de que sus rebeldes derrocaran a Fulgencio Batista.
Castro ordenó destruirla y posteriormente prohibió la conmemoración de seres vivos con monumentos o nombres de calles.
La llamó la Ley de la Revolución, como lo dijo en un famoso discurso en marzo de 1966.
"Una de las primeras leyes de la Revolución, estableciendo la prohibición de ponerle el nombre de ningún dirigente vivo a ninguna calle, a ninguna ciudad, a ningún pueblo, a ninguna fábrica, a ninguna granja; prohibiendo hacer estatuas de los dirigentes vivos; prohibiendo algo más: las fotografías oficiales en las oficinas administrativas".
Después pasó décadas explicando en entrevistas que ésta era una forma de contrarrestar "la idolatría" y "la creación del culto a la personalidad" que, dijo, eran perjudiciales para los objetivos de la Revolución.
"No existe culto a ninguna personalidad revolucionaria viva", dijo Castro en una entrevista en 2003.
"Los que dirigen son hombres y no dioses".
Preservación de íconos
Pero, ¿cómo se mantendrá vivo el recuerdo de Fidel Castro sin los enormes monumentos que se han erigido para otros poderosos líderes comunistas?
Históricamente, los regímenes comunistas han mostrado una fascinación con la preservación de sus fundadores.
Se han construido sepulcros suntuosos para conservar a los íconos revolucionarios y perpetuar el culto a su personalidad.
Un ejemplo está el Mausoleo de Vladimir Lenin -la Tumba de Lenin- situado en la Plaza Roja de Moscú, donde se expone su cuerpo embalsamado desde su muerte en 1924, cuando el entonces gobierno soviético ordenó su construcción.
También está el Mausoleo de Mao Zedong, en la Plaza de Tiananmen, en Pekín, donde se encuentra el cuerpo embalsamado del que fuera presidente del Partido Comunista de China desde 1943 hasta su muerte en 1976.
También los restos del líder del Partido Comunista de Vietnam, Ho Chi Minh, están expuestos en un memorial en Hanoi.
Y los cuerpos de los líderes de Corea del Norte, Kim Il Sung y Kim Jong Il, se exhiben en el suntuoso mausoleo que los locales conocen como el Palacio del Sol de Kumsusan.
Si bien se desconoce la justificación concreta que dio el mismo Fidel Castro cuando pidió ser cremado, es probable que su decisión tuviera que ver con su renuencia a ser honrado con estatuas o calles que llevaran su nombre, según los corresponsales en La Habana.
Aunque esa reticencia, tal como lo expresó él mismo en su discurso de marzo de 1966, se refería sólo a los dirigentes vivos.
"Aquí no hay estatuas de nadie, aquí las únicas estatuas pertenecen a los que ya rindieron su vida por la causa", declaró.
La pregunta ahora es si pronto veremos una plaza o un aeropuerto internacional Fidel Castro.
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