miércoles, 29 de septiembre de 2021

Por qué usar la cabeza demasiado va en contra de pensar inteligentemente

Señor con cabeza de caballo "Usa la cabeza": la frase se repite una y otra vez a lo largo de nuestras vidas a modo de consejo o, incluso, de regaño.

Es que la sociedad actual gira en torno al cerebro y su poder.

Le llaman "una maravilla insondable, la estructura más compleja del universo", escribe la periodista científica Annie Murphy Paul en su reciente libro "Mente extendida: el poder de pensar fuera del cerebro" (Extended Mind: The Power of Thinking Outside the Brain).

"El cerebro es realmente asombroso", le dice a BBC Mundo, "pero también es muy limitado".

Por eso, Murphy Paul asegura que usar el cerebro demasiado no nos hace más inteligentes, sino todo lo contrario.

En su libro, la autora estadounidense las repasa investigaciones neurocientíficas que muestran cómo podemos "pensar fuera de la cabeza" y da ejemplos prácticos para usar nuestros cuerpos, entorno y relaciones como extensiones mentales que nos ayuden a mejorar la concentración, comprensión y creatividad.

¿Por qué "usar la cabeza" no siempre es lo más inteligente que uno puede hacer?

La frase "usa la cabeza" encapsula una actitud hacia el pensamiento con la cual la mayoría de nosotros crecimos y que incorporamos, pero creo que es problemática.

Asume que pensar sucede aquí arriba (se toca la frente) y que, para solucionar un problema, aprender algo nuevo o generar una nueva idea, debes trabajar más duro con la cabeza.

En este sentido hay una metáfora muy extendida del cerebro como un músculo, que indica que cuanto más lo ejercitas, mejor funciona.

Pero, el cerebro por sí solo es bastante limitado e inestable. No es una máquina pensante multiuso y todopoderosa.

De hecho, este órgano evolucionó para hacer ciertas cosas y no son las cosas que le pedimos que haga en nuestras vidas modernas, como pensar en conceptos abstractos o en teorías contrarias a la intuición y absorber toda esta información todo el tiempo.

Por ende, decir "usa la cabeza" en verdad es encerrarte en una caja y aislarte de una cantidad de estrategias extraneuronales.

¿Cómo diste con estas áreas de investigación neurocientíficas que van más allá del paradigma cerebrocentrista que predomina en la actualidad?

Si bien existe este acercamiento predominante hacia el pensamiento que se centra en el cerebro, siempre han habido líneas de investigación que no confirman esta idea.

Son áreas sólidas y sustanciales que llevan décadas, pero que están fuera de la corriente principal.

Se trata de áreas de investigación como la cognición corporeizada —que pensamos con nuestros cuerpos—, cognición situada —que el lugar donde estamos afecta a cómo pensamos— y cognición socialmente distribuida —la idea de que pensar ocurre a lo largo de grupos de personas—.

Dado que investigo y escribo sobre aprendizaje y cognición, estaba muy intrigada por estas áreas. Me parecía que estaban relacionadas, pero no estaba segura de cómo unirlas.

Entonces, un día encontré un artículo de los filósofos Andy Clark y David Chalmers sobre la mente extendida, donde proponen esta idea de que el pensamiento no solo ocurre en nuestra mente, sino que se extiende por nuestros cuerpos, espacios, relaciones, dispositivos y herramientas que usamos.

Eso me brindó la gran idea de unir estos cuerpos de investigación que sugieren que centrarse solo en el cerebro es una perspectiva muy limitante.

¿Podrías dar ejemplos de estudios y hallazgos vinculados a la cognición corporeizada, la cognición situada y la cognición socialmente distribuida?

En cuanto a la cognición corporeizada, un área de investigación muy interesante es la de los gestos y cómo usamos nuestras manos cuando hablamos y pensamos.

La noción cerebrocentrista sugiere que todo el pensamiento ocurre aquí arriba (se vuelve a tocar la frente) y que tus manos simplemente se mueven como una suerte de entretenimiento secundario.

Pero en realidad las investigaciones en cognición corporeizada y gestos muestran que los movimientos de nuestras manos en verdad son parte del proceso.

Se retroalimentan: los movimientos de nuestras manos informan lo que estamos pensando y lo que estamos pensando se expresa en nuestras manos.

Por eso, cuando no se le permite a la gente mover las manos, hablan menos fluido, piensan menos claro y son menos capaces de resolver problemas.

En cuanto a la cognición situada, hay una gran cantidad de investigaciones sobre cómo estar al aire libre en la naturaleza afecta nuestro pensamiento.

La teoría principal se llama teoría de la restauración de la atención. Es la idea de que, como los seres humanos evolucionamos en la naturaleza, nuestros cerebros procesan los estímulos que encontramos allí de forma fácil y eso nos resulta muy refrescante y revitalizador.

En la naturaleza, por ejemplo, no hay bordes puntiagudos ni muchos movimientos rápidos y los sonidos suelen ser suaves. Es muy distinto a un entorno urbano o al interior de una construcción.

Entonces, pasar tiempo al aire libre en la naturaleza es como volver a llenar el tanque de atención y de las habilidades que te permiten enfocarte y concentrarte.

Pensamos tanto en cómo administramos o gastamos nuestra atención y olvidamos que tenemos que recargar y refrescar regularmente esta capacidad.

Por último, está la cognición socialmente distribuida. Existe el mito de que los genios y las personas muy inteligentes logran todo por sí mismos y no es así, especialmente en el mundo actual.

Hoy en día la información es tan abundante, existe tal nivel de especialización y nuestros problemas o desafíos son tan complejos que tenemos que crear algo así como una mente colectiva donde la gente se una, colabore y piense junta.

Uno de mis ejemplos favoritos es el de la memoria transactiva. Nadie puede saberlo todo, pero cuando tienes un grupo de personas, cada una tiene una especialidad y sabes cuál es, entonces puedes multiplicar cuánta información y cuánta memoria tienes como colectivo.

Es una forma social de expandir nuestra capacidad mental al ir más allá de nuestro propio cerebro.

En tu libro das consejos prácticos sobre cómo implementar muchos de estos hallazgos. ¿Hay alguno en particular que te guste o te haya servido más?

Una cosa que aprendí al escribir el libro y que ahora pongo en práctica es la llamada descarga cognitiva, que es la idea de que hacemos demasiado en nuestras cabezas.

Tratamos de que toda la información, todas nuestras ideas y todas las conexiones que estamos haciendo entre esas ideas se mantengan en nuestras cabezas. Esa, en realidad, es una estrategia ineficiente e ineficaz.

Lo que debemos hacer es descargar el contenido de nuestra cabeza en el espacio físico. Puede ser en la computadora, una pizarra o, mi favorito, en muchos Post-it.

Es que nuestros cerebros evolucionaron para hacer ciertas cosas con mucha facilidad y bien. Por ejemplo, evolucionaron para manipular objetos físicos y navegar a través de paisajes tridimensionales.

Pero no lo hicieron para lidiar con conceptos abstractos y teorías contrarias a la intuición, como decía antes.

Así que cuanto más puedas convertir ideas e información en objetos o paisajes, mejor. No es lo mismo mantenerlo dentro de nuestras cabezas que tenerlo escrito en hojas y poder poner en juego los recursos extraneuronales.

También das ejemplos de artistas, científicos y autores famosos que piensan con el cuerpo, los espacios y las relaciones: ¿alguno te gustó o sorprendió particularmente?

Una historia en la que pienso mucho es la de James Watson, el codescubridor de la estructura del ADN.

A veces nos parece que los científicos son estos genios que de golpe se iluminan. Pero lo que hizo Watson para descifrar algo tan complejo como la estructura de doble hélice del ADN fue cortar pedazos de cartón y hacerlas encajar.

Es casi como una estrategia de jardín de infantes. Y es que a los niños les permitimos que jueguen y aprendan manipulando bloques y otros objetos.

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